1. “A saco”, Yeska
“Sobre los viejos elepés apilados reposa un
amuleto. Es una guitarra eléctrica de acero, dorada ,
que cuelga de un simple cordón de cuero. Debajo
dos anillos. Uno sencillo, también de acero. El otro es una sortija de plata,
con una opalina transparente. Todo tiene su sentido. El colgante de la guitarra
me lo regaló Javier, un compañero del curro, cuando supo que estaba liado con
la antología de rockeros. Para que te la cuelgues
al cuello esos días, tron. Me gustó. Javier sabía que andaba buscando algo
así. Es rockero, como yo, y tiene más o menos mi edad: casi cincuenta tacos. El
anillo de acero y la sortija son de aquellos años en los que Bacø pinchaba en
garitos. Aquel Quinto Infierno de Villalba y aquellos estudios de radio de hace
tantos inviernos. Bacø, que resucitó hace diez años con la intención de
recuperar el tiempo perdido.
Patxi acaba de llamar para decir que viene de
camino. Es pronto, yo lo esperaba más tarde. Tenía que comer con nuestra nueva
editora, y firmar el contrato de ¡Oh,
Janis, mi dulce y sucia Janis! Al parecer su tren se ha retrasado y han
tardado en encontrarse en el maremagnun de Atocha a esas horas.
Cuelgo la guitarra de mi pecho. La acaricio. Me gusta
sentir la sensación del acero: frío al inicio, ardiente cuando lo separas del
cuerpo. Tiene algo de erótico el acero, algo que hace que me cautive. Solo por
esa sensación llevo el reloj que me regalaron cuando me invitaron a pronunciar
el pregón de unas fiestas: al quitármelo, antes de acostarme cada noche, su calor me hace sentir vivo. Coloco el
anillo en el meñique izquierdo y la sortija en el derecho. Falta un último
detalle, un foulard malva que me regaló Isa hace también muchos años, en aquélla
época. Me cubro con él la garganta, dos vueltas, y salgo a la calle. Hoy es un
día importante.
Me acompañan los ecos de Diez ases en la manga, el cedé que acaba de publicar Yeska,
mientras recorro las aceras húmedas. Ha sonado un par de veces mientras preparaba
las cosas para la
presentación. Tatareo “A saco”. Lo tengo clavado en la memoria. Hace algo
de frío y ha estado lloviendo, pero sonrío y camino susurrando el estribillo “que te puedes morir, que no voy a echarte de
menos”.
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