Bacø
Sobre los viejos elepés apilados en la estantería del salón
reposa un
amuleto. Es una pequeña guitarra eléctrica de acero, dorada,
que
cuelga de un simple cordón de cuero marrón. Debajo dos
anillos.
Uno sencillo, también de acero. El otro es una sortija de
plata, con
una opalina transparente. Todo tiene su sentido. El colgante
de la
guitarra me lo regaló Javier, un compañero del trabajo,
cuando supo
que estaba liado con la antología de rockeros. Para que te la cuelgues al
cuello esos días, tron.
Me gustó. Javier sabía que andaba buscando algo
así. Es rockero, como yo, y tiene más o menos mi edad: casi
cincuenta
tacos. El anillo de acero y la sortija son de aquellos años
en los que
Bacø pinchaba en garitos. Aquel Quinto Infierno de Villalba
y aquellos
estudios de radio de hace tantos inviernos. Bacø, que
resucitó hace diez
años con la intención de recuperar el tiempo perdido.
[...]
Otra hostia, de repente, me sacó de la radio y del rock.
Otra hostia
injusta, como aquella ocurrida un par de años antes y que me
impidió
seguir estudiando, matricularme en la carrera de periodismo,
con la
que había soñado siempre. La madrugada del sábado 17 de
diciembre
de 1983 se incendió la discoteca Alcalá 20. Unas horas
después, en
el programa del que era técnico de sonido, un programa
divertido
pero no rockero, el locutor se cagó en los muertos del
ministro del
Interior. Varios amigos suyos habían perecido en el incendio
y él se
hartó de cagarse en los muertos de todos los gerifaltes
políticos nada
más empezar su programa. Por entonces Radio Juventud de
Madrid
pasaba a integrarse en Radio Cadena Española, la que luego
sería Radio
Nacional de España, Radio 3. El Estado era el dueño de la
emisora y
el Estado no podía permitir que un sujeto se cagase en los
muertos del
ministro del Interior así que buscaron un responsable y le
dieron la
patada en el culo: ese fui yo. Fiel al espíritu que cobijo,
decidí hacer la
raya, pasar de todo y buscarme la vida de otra manera, dar
la espalda
al mundo interior del rock. Fue entonces, diciembre de 1983,
cuando
enterré a BacøVicious.
[...]
Cuando salgo del camarote de los Hermanos Marx le digo a
Patxi que ya he hablado con el Chimo ese. Aunque parezca
mentira,
no sé quién es el Chimo Bayo.
¿No me jodas, tío?, dice
Ángel Gonzalez, ¿de verdad no lo sabes?
Ni puta idea,
confieso.
Pues el de «ésta-sí, ésta-no», me dice Patxi.
Pienso que soy muy viejo pero no se trata de eso. Se trata
de que
Bacø estaba enterrado en aquella época, enterrado por el
Esteban con
ansias de llegar a la cima, de demostrarse que, a pesar de
las hostias y
de las barreras del camino, no había nada que no pudiese
conseguir.
Carrera y oposiciones. Ascensos. Todas esas mentiras idiotas
que nos
creemos cuando no miramos en nuestro interior, cuando no
sabemos
que lo que realmente más vale no cuesta dinero, no tiene
nada que ver
con el dinero. Ahora sí, ahora sí sé quién es Chimo.
[...]
El camino que anoche se hizo eterno hoy se transita en diez
minutos. Faltan instantes para que salga mi tren cuando
llegamos, así
que solo tengo tiempo para dar un beso a Isabel y un fuerte
abrazo
a Dani. Patxi se acerca, nos miramos un segundo y también
nos
abrazamos. Él es poco de achuchones, la verdad, pero sé que
dentro
de la lata que palpita tiene buen sentimiento hacia mí. Nos
volveremos
a ver, seguro, pronto. Tenemos proyectos comunes. Bueno, la próxima
en Barcelona,
dice Dani. Le guiño un ojo. Agnes me dijo que cantidad
de gente nos espera en Valencia y que ellos tocarían allí.
También están
buscando fecha en Bilbao. The
Sympathy tour no para, está lanzado, con
o sin nosotros. Gente simpática.
Subo al tren. Cuando estoy en mi asiento pienso que todo ha
sido muy rápido. Dejo la mochila a un lado y saco la cámara
de fotos.
La primera fotografía que veo es la última que tomé. Patxi y
yo estamos
brindando con una cerveza en el Arena Rock, sonriendo.
Juraría que
Patxi lleva el mismo jersey gris que aquella noche en el
Gruta 77,
cuando se nos ocurrió toda esta historia, también con unas
cervezas
por medio. Un libro de cuentos escritos por rockeros. ¿Por qué no?,
dijimos, y los dos sabíamos que no era otra cosa más que un
sueño.
Siento la velocidad nada más salir de Zaragoza y vuelve el
amodorramiento. Cierro los ojos y me llevo la mano al pecho.
Acaricio
la guitarra de acero. Esta caliente, viva. Sonrío mientras un
vacío llena
mi mente. Me da la sensación de que
Bacø ha regresado para quedarse.
Nos vemos, esta noche, en La esquina del zorro.
Habrá risas, literatura y rock´n´roll.
No va más.
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