Tras esta maravillosa portada de Julia D. Velázquez se guarda el tesoro de la lírica. Es duro pero reconforta leer cualquiera de los tres apartados que componen este precioso libro dedicado a la muerte o, como lo diría mi alter ego poeta: a la ausencia que ya ni recuerdos es capaz de labrar.
Preciso y triste y tierno y sólido poemario. Claro. La prosa poética me ha hecho recordar
a Los hombres intermitentes, de
mi querido Irazoki, sobre todo la parte última, la de los recuerdos de ese
niño que es LMR.
Es importante que el
poderío lírico no se ejerza sólo por el placer de ejercerlo (conozco muchos
autores que se gustan en el engolamiento, cuando más duro mejor). En las lecturas de Luis Miguel Rabanal es algo natural, al
servicio de unas descripciones que se fijan en la mente del lector como
fotogramas de una película visionada
a cámara lenta.
Lo disfruté.
El botón de muestra:
De "cenizas":
(Desalmados) aquellos que han temido acercarse
sigilosamente a los alveolos del enfermo porque
en su irritabilidad no admite otra mueca contraria.
(Desalmados) aquellos que celebran sin nadie el
escrúpulo o el rencor o el suplicio y se ponen en
movimiento a lo largo del día sin la contorsión que
los marca diferentes mas queriendo a toda costa
parecerse al joven que huye de la particularidad
al frío de un cuerpo infalible en la mímica.
(Desalmados) aquellos que no tienen apetito pasada
la medianoche, ni cogen carrera en la festividad del
sátiro que despedaza sus ingles, ni los apremia el
juramento de la euforia ni la angustia. (Desalmados)
aquellos que se desvanecen.
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De "daños":
Mambrú
Si el dolor era eso,
parajes que la memoria repudia
al final de un pasadizo invisible,
las grietas en las manos
porque llueve
como aquella tarde. Mirabas
y mirabas por última vez
mi rostro.
Si el dolor eran las palabras
escritas con vértigo.
Palabras torturadas que prohíbe
él en su boca por temor
a no pronunciar el deseo
algún día, algún día.
Palabras que improvisaré para ti.
Lo mismo que se lamenta
al presagiar la confidencia
más triste.
Desorientada en mi lecho,
postergando la secreción de las
llagas, la conjura
nos finge importantes.
No debes volver.
Si el dolor fuera eso.
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De "desnevios":
3
El niño sale de la casa con prisa, se santigua porque
se embosca en cualquier recodo del camino el
pecado. Hay limiacos insolentes y frutas podridas.
Es probable que llueva y que escampe y que los ojos
se le sequen después de gemir. Lo adecuado será
que nadie acuda a la cita con aquel que apreciabas,
no en vano se sienta a la sombra de abuelo, si hasta
representa estar entontecido. Tú calla y sonríe y
no robes las peras de compota, le dice. Ella aún no
aparece. Su mano helada arde en su cara, mejor si los
labios pronuncian un nombre que se encomienda al
dolor como si ya no estuviese contigo. Para que las
formalidades se cumplieran solamente sería preciso
que no tardase tanto en bajar B. pintarrajeada de
brea. Además, toca jugar al que calla y nosotros
nos exponemos al rictus amargo y las hijas de los
veraneantes lo tergiversan con sus voces un poco
melifluas. A veces la madre se agacha a mirar
fijamente la pupa, sin quejas porque de nada serviría
el desconsuelo a las diez de la noche. Cuando se
oyen, menos mal, porque ya nadie contaba con ellas,
las palabras hermosas.
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