Sé que fue en Diablos Azules, aunque no recuerdo a cuento de qué. Éramos muchos los escritores y poemas aquella noche. Lo escribí a finales del año 2010, tras un recital de mi admirada Ana Pérez Cañamares, en el tren que me traía de regreso al hogar. El poema hablaba de mi hijo Marcos, un chaval de 20 tacos que estaba en edad de no escuchar por mucho que yo me empeñase en lo contrario.
La gente no respondió. Noté un frío intenso tras la lectura. Quizá demasiado largo, quizá no supe declamarlo, quizá es malo. No sé. Bonilla estaba allí y se acercó al estrado. Adivinó pesimismo en mi mirada. Me abrazó y me dijo algo así como que a él le pasó lo mismo, que no escuchaba a su padre cuando trataba de hablar con él porque, como es natural, ley de vida, de jóvenes lo sabemos todo y, además, tenemos la fuerza y la locura inconsciente necesaria para comernos el mundo.
Pedimos dos cervezas y me contó una anécdota tan privada que no puedo entrar con detalle en ella. Tan solo os diré que padre e hijo discutieron y, en el punto final, Bonilla se fue a la mili lejos de su hogar. Estaba en el cuartel cuando su padre enfermó. Regresó. Vivió aquellos meses delicados junto él y la terrible última semana, hasta que murió. Después, o quizá ya durante aquellos días de duelo en los que el padre-roble estaba siendo vencido, no dejó de pensar en las discursiones vacías, en los diálogos entre sordos, en los gestos crispados, en el tiempo perdido que no volvería nunca más. Ese pensamiento obsesivo de no haber aprovechado todo lo que un padre puede ofrecer corroe su alma.
Espero que "mi Padre, el rey" sirva para cumplir el exorcismo. Sería lo justo si la balanza equilibra arrepentimiento y amor.
En "mi Padre, el rey" (La Baragaña, 2012), nos encontramos otra rosca de tornillo en lo que conforma a día de hoy su obra, sin abandonar su ideario, que le viene acompañando en su poesía, Gsús Bonilla ofrece al lector el resultado de una excavación. Escarba en lo más profundo de lo propio como un nuevo terreno para recuperar un tiempo perdido; encontrando, más allá de la piel, el tesoro negro de la memoria, otros sentimientos y la muerte con su desajuste emocional, en definitiva más injusticia pero con otros ropajes: La palabra como homenaje y tributo, un solo poema como manifestación del dolor. "mi Padre, el rey" es, empezando por la izquierda, su cuarto cuaderno de poemas publicado; además de ser, la habitación que ha destinado para el aseo interior.
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