Cuando John Irving me deslumbró apenas hacía unos meses que la literatura había entrado en mí. Yo estudiaba segundo de bachillerato, tenía 16 añitos y una profesora un poco cabrona (y brillante y rara y completamente barral) insitía en darme a conocer lecturas que le estaban flipando (a nadie allí le extrañaba que completamente barral flipase). Por entonces (curso 79/80) estábamos en aquel instituto de San Blas con nombre de escritor cachondo y bohemio (Quevedo) que era la sede de la Joven Guardia Roja, ocultaba una plantación de maría en los gimnasios y preparaba a un grupo de indocumentados para hacer callar al mundo con su versión punk de Jesucristo Superestar. En este contexto algo alucinógeno llegó a mis manos El mundo según Garp.
Tardé dos semanas en acabarlo y me pareció un novelón. No me impresionaba tanto la trama como desentrañar cómo estaba construída la novela. Y eso que mostraba una familia ”rara", una especie de contradictorio canto alegre a la desesperanza y un mundo completamente alocado y onírico. Me permiten la grosería, pero me parto pensando en Murakami (Irving hace lo mismo desde hace cuarenta años).
El otro día, hace una semana, no más, fui a la biblioteca y saqué el último libro de Jonh Irving, La última noche en Twisted river, y más o menos volví a flipar. Habían pasado más de treinta años y los argumentos del autor seguían siendo los mismos: la amistad, la familia asocial (familia de amigos, relaciones imposibles, amantes de más de un ser a la vez), el honor o cómo se llame, la ironía al tratar los asuntos del mundo, el poder sanador de saber reirse de uno mismo. Todo volvía a aparecer. Por un lado deduzco que el bueno de John encontró el filón de su mina literaria hace muchos años y todavía no se le ha agotado. Por otro su avance en la vida es nulo, igual que el mío, por lo que se refiere por ejemplo a la música que me sigue gustando (y más excactamente hablo de AC/DC) o la actitud frente a la sociedad. Sea como fuere, me gustó volver a leer a Jonh Irving.
Eso, más o menos, es lo que tenía que decir, pero antes no se entendía.
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