El escriba, de Robert y Shana ParkeHarrison

El escriba, de  Robert y Shana ParkeHarrison
"Un libro debería ser un hacha para romper el mar congelado en nuestro interior" "¿Por qué la gente del futuro se molestaría en leer el libro que escribes si no les habla personalmente, si no les ayuda a encontrar significado a su vida?" J.M. COETZEE ("VERANO")

7/7/14

"Ardimiento" en La tormenta en un vaso (Un buen libro cada día)


ilustración de Quino Romero para Ardimiento

«Maldigo la poesía concebida como un lujo...», decía el célebre poema de Celaya, y uno se acuerda de estas palabras desgarradas cuando acaba de leer un libro de poesía como el de Esteban Gutiérrez Gómez, de sobrenombre Baco para sus incursiones poéticas y cuentistas. Y digo que se acuerda de ellos porque este Ardimiento que ahora nos presenta el poeta, y donde se reúnen los mejores versos que ha ido diseminando a lo largo de su vida («ya sé lo que estás pensado, / que 50 años son muchos / para publicar un primer poemario….»), este Ardimiento, decía, afronta cada poema no con ánimo de provocarnos un sentimiento confortable, una felicitación hacia nosotros mismos por los listos que somos y la poesía tan sofisticada que leemos. Sin llegar a pisotear la estética literaria, porque eso sí que sería de maldecir en todo caso, los poemas de este libro-bloc están escritos con ánimo de conmocionarnos, con espíritu agresivo, con el propósito de dejarnos, al cerrar la ultima página, un gusto a acero en el paladar, como si —por jugar o por quién sabe— nos hubiéramos introducido un arma en la boca…
«…Quizás tengas razón, / pero no te preocupes, / he sabido guardar / todo mi veneno.»


Baco, en los poemas que conformar este Ardimiento, se enfrenta a la vida con una mirada cruda, sin buscar la infelicidad, sin escarbar en lo feo, pero tampoco sin engañarse con impostadas notas líricas. En primer lugar, el poeta se enfrenta a sí mismo, y no pretende, en ningún momento, engañarse respeto a lo que es: «He hecho un pacto con el diablo / y nos hemos repartido mi vida: / él tiene los días, / de lunes a viernes, / de siete a siete. / Me quedo yo las noches, / todas las noches, / hasta las tantas…»; pero sin entregarse a la quejumbre ni presumir de derrota. Son poemas que arrastran ecos de barrio suburbial, de aquellos tiempo en que “todavía teníamos ganas de vivir”, gritos de rabia, a veces, como súbitas pintadas de graffiti, pero poemas que también aportan el asombro ante el descubrimiento de la naturaleza, la bondad del entorno perenne, ese callado paisaje de montañas que el autor ha visto, desde siempre, al fondo de sus días… «He tardado / 50 años / en perder mi sordera».


Gracias por el eco, Miguel, y gracias en nombre de Vicente, Gsús, David, Ana y el resto de chicos del otro lado.

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