ilustración de Quino Romero para Ardimiento
«Maldigo la poesía concebida como un lujo...»,
decía el célebre poema de Celaya, y uno se acuerda de estas palabras
desgarradas cuando acaba de leer un libro de poesía como el de Esteban
Gutiérrez Gómez, de sobrenombre Baco para sus incursiones poéticas y
cuentistas. Y digo que se acuerda de ellos porque este Ardimiento
que ahora nos presenta el poeta, y donde se reúnen los mejores versos que ha ido
diseminando a lo largo de su vida («ya sé lo que estás pensado, / que 50 años
son muchos / para publicar un primer poemario….»), este
Ardimiento, decía, afronta cada poema no con ánimo de provocarnos
un sentimiento confortable, una felicitación hacia nosotros mismos por los
listos que somos y la poesía tan sofisticada que leemos. Sin llegar a pisotear
la estética literaria, porque eso sí que sería de maldecir en todo caso, los
poemas de este libro-bloc están escritos con ánimo de conmocionarnos, con
espíritu agresivo, con el propósito de dejarnos, al cerrar la ultima página, un
gusto a acero en el paladar, como si —por jugar o por quién sabe— nos hubiéramos
introducido un arma en la boca…
«…Quizás tengas razón, / pero no te preocupes,
/ he sabido guardar / todo mi veneno.»
Baco, en los poemas que conformar este
Ardimiento, se enfrenta a la vida con una mirada cruda, sin buscar
la infelicidad, sin escarbar en lo feo, pero tampoco sin engañarse con
impostadas notas líricas. En primer lugar, el poeta se enfrenta a sí mismo, y no
pretende, en ningún momento, engañarse respeto a lo que es: «He hecho un pacto
con el diablo / y nos hemos repartido mi vida: / él tiene los días, / de lunes a
viernes, / de siete a siete. / Me quedo yo las noches, / todas las noches, /
hasta las tantas…»; pero sin entregarse a la quejumbre ni presumir de derrota.
Son poemas que arrastran ecos de barrio suburbial, de aquellos tiempo en que
“todavía teníamos ganas de vivir”, gritos de rabia, a veces, como súbitas
pintadas de graffiti, pero poemas que también aportan el asombro ante el
descubrimiento de la naturaleza, la bondad del entorno perenne, ese callado
paisaje de montañas que el autor ha visto, desde siempre, al fondo de sus días…
«He tardado / 50 años / en perder mi sordera».
Seguir leyendo aquí (La tormenta en un vaso. Un buen libro cada día).
Gracias por el eco, Miguel, y gracias en nombre de Vicente, Gsús, David, Ana y el resto de chicos del otro lado.
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