La Santísima Muerte (by HELROG, homenaje a Sylvia Li)
11 de noviembre de
2013
Vengo de
rehabilitación y tengo que forzar un paseo ahora que la rodilla está caliente.
Voy a llevar unos pantalones a arreglar. Se ha roto la cremallera y son los
pantalones preferidos de mi hijo (los últimos pantalones siempre son los
preferidos). El local de Ivanna, la costurera, está cerrado. Las persianas no
están echadas, así que no parece que vaya a tardar mucho y espero al sol. Hace
una bonita mañana soleada de otoño. Junto al local de Ivanna hay una tienda
esotérica y, al lado, un local de compraventa de oro (máxima tasación, pago
inmediato “en metálico”). Mientras espero observo el local de productos esotéricos
(se hacen “trabajos” de todo tipo, tarot 100 euros, oferta tirada de cartas 25
euros, “cada problema tiene su solución”). Me asomo y no logro ver a nadie
dentro. Todo el escaparate está lleno de figuras de vírgenes y demonios, de
velas de distintas formas y colores, y de hadas y también hay budas y un altar
mexicano con ofrendas a la Santa Muerte. Espero a Ivanna y coloco las puntas de
los pies sobre el bordillo de la acera (un bordillo bajo, de unos siete
centímetros). Con las puntas sobre el bordillo y los talones pegados a la acera
me inclino hacia adelante, como me han enseñado en rehabilitación. Así estiro
los músculos de la rodilla y no se enquista la rotura de fibras del
semimembranoso. Mientras hago el ejercicio veo a una chica entrar apurada en el
local de compraventa de oro. Es joven, andará sobre los 30 años, y lleva el
pelo largo, algo fosco y teñido con un tono dorado que espejea con el sol. Casi
se golpea con la puerta al abrir, parece muy nerviosa. Por fin llega Ivanna, ha
ido a tomar un café, la mañana está siendo muy floja, aunque a ella no le falta
el trabajo. Todos vamos a ajustar la ropa de un año para otro. Se acabó el
comprar y tirar. Me dice que la cremallera tiene arreglo y en un pispás la abre
por la parte de abajo, quita el tope, coloca el cursor de nuevo y cose el
extremo inferior. Mientras trabaja hablamos de las pulseras con cuentas de
colores que lleva puestas, 6 o 7 en cada muñeca. Son brillantes, como de
cristal, y las hace su sobrina. Algunas tienen letras que forman nombres. Hay
algún misterio en ellas. Vuelve a meter los pantalones en la bolsa y me la
tiende. No quiere cobrarme por el arreglo. “Es fácil que vuelva a romperse y la
tengamos que cambiar”, me dice con una sonrisa. Se lo agradezco y salgo del
local. Camino despacio, muy lentamente, mirando alternativamente hacia adelante
y al suelo, como hago estas dos últimas semanas, con miedo a que la rodilla
vuelva a chascar. No he dado dos pasos cuando alguien sale del local de
productos esotéricos tan deprisa que casi me arrolla. Ha ocurrido tan rápido
que no he podido reaccionar. Sólo se me ha ocurrido pararme, encogerme y
esperar que no llegue la embestida. Y así ha sido: no se ha producido el
choque. Una estela dorada ha logrado esquivarme y corre en dirección contraria
a la mía.
(Me giro para ver
cómo corre. Algunas notas de su perfume a rosas han quedado flotando, formando
un rastro invisible. Sólo pienso que me hubiese gustado verle la cara, que todo
su secreto está dibujado en su rostro, que ojalá todo le vaya bien.)
2 comentarios:
La curiosidad de sentirse vivo y perseguir a las cosas con la necesidad de estar dentro. Un abrazo, Pina.
Justo eso. Abrzs
Publicar un comentario