El escriba, de Robert y Shana ParkeHarrison

El escriba, de  Robert y Shana ParkeHarrison
"Un libro debería ser un hacha para romper el mar congelado en nuestro interior" "¿Por qué la gente del futuro se molestaría en leer el libro que escribes si no les habla personalmente, si no les ayuda a encontrar significado a su vida?" J.M. COETZEE ("VERANO")

23/7/11

Adiós vacaciones, hola resto del verano





Pues eso, que se acabó lo bueno, el sueño estival de cada año, el viajar y disfrutar de nimedades sin el reloj en la muñeca ni el móvil en el bolsillo, perder el tiempo dejando la mente en blanco frente a unas olas, cerrar los ojos para aspirar el olor de un bosque de eucaliptos bajo la lluvia, buscar caballos entre la niebla que siempre acompaña la cima del Monte Aloia, las risas de Isa y el resto de panda intentado saltar las olas de Santi Petri... Se acabó el sueño, amigos.

Por lo que veo nada ha cambiado: los políticos siguen escupiéndose veneno a los ojos mientras nos intentan hipnotizar con su baile de la cobra (impresionante lo del PP, su cinismo, su caradura, su desvergüenza, su "todo por la poltrona"; lamentable lo del PSOE, su no saber), qué paradoja que los dos políticos progresistas (Obama y Zapatero) que se encontraron con la tostada de la crisis provocada por el ultraliberalismo economico de sus antecesores (Bush y Aznar), que tuvieron que infiltrar más de dos billones de dólares a los bancos para mantener el sistema capitalista (ellos, adalides de lo público, del sistema del bienestar, del reparto social, ellos, ayudando a revivir el cadáver del capitalismo), pues eso, qué paradoja que ahora que la caja de sus países está vacía, van a acabar hundidos por esos mismos bancos a los que ayudaron y van a entregar el poder a esos mismos políticos que provocaron el cisma. En fin, una pena sobre la que me planteo escribir algún día, aunque parezca ciencia ficción, como cuando Botín y sus amigos financieros lanzaron la campaña "Esto lo arreglamos entre todos" buscando la complicidad y el falso positivismo americano. Menos mal que ahí estaba Batania para sacar el mismo día el primero de los carteles del contrapensamiento con su "Esto que lo arregle el que lo jodió". Sí, hay que escribir de ésto.

Pero bueno, miserias de políticos alejados de la ciudadanía al margen, he encontrado cosas calentitas que me alegran la vida, como algunas reseñas de La enfermedad del lado izquierdo como la que Miguel Baquero ha realizado para el prestigioso blog literario que dirige Care Santos La tormenta en un vaso que agradezco especialmente, porque disecciona algunos aspectos de la novela con maestría de cirujano:


«Siempre me había fascinado aquella vista de las montañas (…) Algo en mi interior me hacía sentirme satisfecho cuando la divisaba (…) El perfil de aquellos Siete Picos era mágico para mí».
Así comienza La enfermedad del lado izquierdo, la última novela del escritor Esteban Gutiérrez Gómez, autor asimismo de libros de cuentos, poesías y participante en diversas revistas literarias. Esta su última novela, publicada por la joven pero muy prometedora Editorial Eutelequia, narra la historia de un hombre que, sin más bagaje en realidad que esa visión de las montañas y el bienestar que le proporciona, decide romper con todo su pasado anterior, un pasado de rutina, grisura, monotonía, movimientos entrenados y calculados… Sin más horizonte, y nunca mejor dicho, que las azules y próximas —pero que en realidad parecen inalcanzables— montañas azules del Guadarrama, el protagonista de La enfermedad del lado izquierdo decide emprender un camino sin rumbo fijo, pero libre de sus ataduras, que se habían ido somatizando en un progresivo y casi fatal dolor en su costado izquierdo.


Narrada con un estilo ágil y actual, lejos de esos engolamientos trascendentaloides que tan propios son de los libros de auto-ayuda y/o crecimiento personal. La enfermedad del lado izquierdo es una odisea pequeña, pero sincera e intensa, en la que cualquier lector puede verse reflejado. Se trata de ese viaje, en apariencia corto pero seguramente el más largo, hacia lo que nunca debimos dejar de ser. “Nunca es tarde para ser lo que deberías haber sido”, abre el libro una significativa cita de George Eliot.

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También me he encontrado con una reseña de Ángel González González para la revista hispano-mexicana En sentido figurado. Felicitar a Ángel, que acaba de ser papá de una nena llamada Ariadna y agradecerle esta reseña:


¿Qué tal se sentiría si alguien decidiese por usted? ¿Qué pensaría de la enfermedad? ¿Acaso su enfermedad, paradójicamente, también se encuentra ubicada en el lado izquierdo? Pues bien, esta es su novela. No es necesario que siga leyendo, no es necesario que nadie le diga el aro por dónde debe pasar.
Pero si acaso no es su caso y ha decidido leer un poco más, curiosear, fantasear, fundamentalmente profundizar en uno de esos designios divinos que le puedan llevar a la lectura de “La enfermedad del lado izquierdo” podría decirle que Pascual, su protagonista, vive la vida siguiendo los dictados que su mujer, Norma, le prescribe desde un despótico cuaderno de hule azul. De este modo Pascual se levantará una mañana kafkiana y descubrirá que le es imposible apoyar su pie izquierdo.


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También mi amigo J. Jorge Sánchez, poeta y filósofo, se ha animado a poner unas palabritas en su blog Bajo la lluvia sobre La enfermedad del lado izquierdo. Ha tenido que ser duro ver el camino que tomaba el protagonista de la novela para alguien como JJ, tan pegado a la realidad y al fatalismo, al raciocinio de los hechos. En fin, se agradece también el gesto:

Hace unos días Esteban Gutiérrez, en la presentación de La enfermedad del lado izquierdo (Eutelequia, 2011) en Barcelona, decía que se daba por satisfecho si el lector pasaba un par de horas agradables con la lectura de su novela y, si era posible, en compañía de una copa de buen vino.

Y, antesdeayer, uno decidió seguir el consejo de su amigo pero hubo de acompañar la lectura con unas hierbas digestivas en vez de, como hubiera deseado, un buen Syrah o un Merlot. He de decirte Esteban, a modo de descargo, que el día anterior tuvo la culpa: una dorada monumental recién pescada a la sal y un par de botellas de Chardonnay dejaron el sistema digestivo bajo mínimos.

Con todo, pese a que el maridaje era de lo menos adecuado (o no, a tenor de la cosmovisión de uno de los personajes protagonistas de la novela), me estiré en una hamaca, a la sombra y al olor del jazmín revivido tras estar a punto de ser aniquilado por la hiedra con la que compartía tierra, y pasé dos horitas placenteras con La enfermedad del lado izquierdo.

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Y más novedades sobre la novela que iran apareciendo en el blog que he abierto para el autobombo (como dice mi amigo David González):


http://laenfermedaddelladoizquierdo.blogspot.com/


Blog del que recupero el último post que escribí antes de irme al olvido, porque satisfizo mi ego y me otorgó alejarme de todo con un buen sabor en la boca:


Satisfacción.es

La enfermedad del lado izquierdo me está deparando muchas alegrías. Me recuerda a lo que pasó (está pasando) con Simpatía por el relato, antología con la que Patxi y yo (y algunos de los músicos implicados en el proyecto) estamos disfrutando ahora como enanos después de un curro de dos años y luchas a cara de perro diarias con todo el mundo editorial.

El caso es que La enfermedad del lado izquierdo está gustando. Tengo también, es lógico, mis críticas, pero apenas se han hecho públicas. No me ha ocurrido lo que a Patxi, que le pone a parir su dulce y sucia Janis un tal “Lector Malherido” (“una novela boba” dice el menda este). El caso es que cuando leí la crítica del enfant terrible de la opinión narrativa me dio la impresión de que no habíamos leído la misma novela. Luego descubrí la verdad: el “criticón” no se la ha leído, no debe haber pasado del primer capítulo y se ha permitido echar por tierra un trabajo acojonantemente bueno. Algo injusto. Ya que critica, que lo haga con fundamento, digo yo. Tampoco me extraña de alguien que dice que el mejor Jon Bilbao (y con diferencia) no es el de los cuentos.

En fin, que “podía haber estirado más” la novela, que “daba para mucho”. Como con El colibrí blanco, cuando Carlos Salem me dijo “mamón, con este argumento escribo yo seiscientas páginas de un novelón”. Pues eso, que para bien o para mal es mi estilo, que me gusta insinuar más que mostrar y que busco que sea el lector el que acabe de rematar la historia en la cabeza. Que si “la estructura, armazón que soporta las palabras, se pierde”, dice algún galdosiano. Eso. Escritor impresionista, si existiese tal definición. O cuentista cortaziano, que eso sí que se dice de los inclasificables.

Pero, sin tirarme más el rollo, el caso es que La enfermedad del lado izquierdo gusta, se vende y la gente la recomienda boca-oreja. Que se quedan en la cabeza algunos símbolos que describo, que se anotan algunas frases para el futuro o se llega a segundas y terceras líneas de lectura que van mucho más allá de la aparente historia de pareja. Que causa satisfacción. Gracias a todos, es un halago.

Pero más que de eso, quiero escribir de las “casualidades” que me gratifican. La primera ocurrió antes siquiera de tener forma de libro, cuando Clea, la editora de Eutelequia, identificó a mi personaje con un amigo suyo en una historia exactamente igual. Durante la presentación en Madrid, tan solo con lo que Mario Crespo iba desgranando de la novela, otros dos lectores se sintieron identificados con el personaje principal. A cuarenta días vista desde que La enfermedad del lado izquierdo está en la calle son algunos más los que me han escrito y dicho “cabrón (textual de X.R.), eso mismo me pasó a mí”. El caso es que hemos descubierto que el luto de la ruptura sentimental, del matrimonio o pareja más o menos duradera, genera enfermedades que somatizan los malos sentimientos, y que estos se hacen palpables durante y después de producido el hecho causante. La hostia, se lo tengo que contar a Punset.

Otra “casualidad” (y ya sabéis que yo no creo en las casualidades) ya la he dejado caer en este blog. Se trata de la ilustración de la portada, ese árbol-hombre seco y enfermo en su lado izquierdo y sano por el derecho.
Sin saber siquiera que algún día se publicaría esta historia marché en 14 de agosto de 2010 a darme el garbeo habitual de 20 kilómetros por mi santuario en las montañas de La Fuenfría y, sin tener conocimiento exacto del motivo por el que lo hacía, tomé fotografías de árboles que me llamaban la atención, machacados en uno de sus lados por el viento del norte y la carga de la nieve, maltratados hasta hacer que reposasen, casi heridos de muerte, sobre el suelo. Guardé esas fotos en una carpeta con el nombre "Árboles-Hombres", con la idea de escribir un poemario metafórico al respecto. Nunca mi consciencia unió esas fotos a La enfermedad del lado izquierdo, sin embargo, Manuel Moreno, el ilustrador de Eutelequia, sí lo hizo. Y lo extraño es que no nos conocemos ni él sabía de la existencia de esas fotos. ¿Casualidad? Ya ven.

Más cosas. Firmando La enfermedad del lado izquierdo en la Feria del Libro de Madrid acudieron allí dos mujeres (perdón, pero tengo una memoria débil para los nombres, no así para las caras) cada una con un ejemplar de mis anteriores propuestas literarias. Llegaron por separado a la búsqueda de lo nuevo, que les había gustado “el colibrí” o “el laberinto”, que felicidades, que me seguirán leyendo porque mis narraciones les llevan a otro mundo. Más o menos las dos dijeron lo mismo y con el mismo tono de agradecimiento o, quizá, admiración. Las considero mis primeras lectoras que no me siguen por ser amigas o compañeras o por recomendaciones de amigos o compañeros, que me leen porque les gusta lo que escribo y cómo lo escribo. Me originó un deleite especial. Gracias.

A M.A.C. le escribí letras para Over Load cuando era guitarrista y cantante de esa banda heavy. También le escribí alguna letra para Killing Jazz, el proyecto musical en el que se embarcó después y donde, además de la voz, ponía la armónica o el saxo. No recuerdo, pero es posible que algo le escribiese también para Crazy Cabin, su nueva formación claramente orientada al Rhythm and Blues. El caso es que ahora se ha dado la vuelta a la moneda. Después de leer La enfermedad del lado izquierdo e inspirándose en la historia, ha creado una composición, un blues llamado Enfermé del lado izquierdo, que es una barbaridad de lamento, una maravilla almada a la que le faltan algunas pinceladas (pocas, quizá una batería más soul) y que dentro de pronto os dejaré escuchar. Me ha dicho que harán un vídeo con el tema. Ah, cómo promete todo esto.

Y me marché con el soniquete de ese blues a coronar el Picu Urriellu y a recorrer entera la Senda del Cares para regresar roto y feliz a casa dos días después y encontrar la mirada de M.T. (o quizá su dúplice, Amanda) que en la presentación de Cuentos para hambrientos 2 en Getafe me dice que tenía ganas de verme y de contarme, que me iba a gustar, que era algo maravilloso. Y me cuenta, y casi se me saltan las lágrimas como a un niño feliz, el pecho a punto de explotar. Tan solo os dejo unas pinceladas porque M.T., una escritora del copón que se ha llevado muchos muchos premios y ha sido publicada en varias antologías, me dice que lo tiene que escribir y yo identifico esa necesidad. Pues más o menos es lo siguiente: hace unos días acude con su familia a un pueblo de Asturias donde tienen una casa. Están todos, sus hermanas y sus padres. El padre, ochenta años, sufre Alzheimer no muy avanzado, reconoce a la familia pero es incapaz de recordar lo que hizo ayer o hace unas horas. En fin, ya saben, una putada. M.T. va a pasar diez días allí y lleva sus lecturas, que deja sobre la mesa del comedor. Entre esos libros está La enfermedad del lado izquierdo. La primera tarde, casi al anochecer, Jaime (así se llama su padre) mira los libros, los ojea y escoge el mío. Se lo lee de un tirón (un par de horas, supongo), lo cierra y le dice a M.T. “Es de un amigo tuyo, ¿no?” “Sí”, contesta M.T. “Me gusta” dice Jaime. M.T. y su madre hablan sobre ello y se preguntan si habrá entendido algo del libro, si recordará lo que ha leído. M.T. pregunta a su padre y su padre le responde algo así como “las montañas, los siete picos”. Bueno, algo es algo se dice M.T. Lo sorprendente es que al atardecer del día siguiente Jaime vuelve a observar los libros sobre la mesa, parece estudiarlos y elige de nuevo La enfermedad del lado izquierdo. Vuelve a leerlo (otras dos horas) y cuando acaba la madre le pregunta y él responde algo parecido, que le gusta. Lo dice sonriendo, satisfecho, casi casi podría decir que feliz. Y así noche tras noche, todas las noches durante aquellos diez días. Me emociono cuando escribo esto. Un fuerte abrazo, amigo Jaime, un trocito de ti estará siempre conmigo.

Pues eso, que no puedo esperar nada mejor que esta historia y que toda mi sed de trascendencia ha sido saciada. Y que os lo agradezco de corazón. Y que va por vosotros...

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