El escriba, de Robert y Shana ParkeHarrison

El escriba, de  Robert y Shana ParkeHarrison
"Un libro debería ser un hacha para romper el mar congelado en nuestro interior" "¿Por qué la gente del futuro se molestaría en leer el libro que escribes si no les habla personalmente, si no les ayuda a encontrar significado a su vida?" J.M. COETZEE ("VERANO")

22/3/07

LAS PALABRAS


El texto que vais a leer procede de una conferencia que el Maestro, Julio Cortázar, pronunció en Madrid en 1981. Compruébese la vigencia del contenido.

Las Palabras
conferencia (Madrid, 1981)


"Si algo distingue al fascismo y al imperialismo como técnicas de infiltración es precisamente su empleo tendencioso del lenguaje, su manejo de servirse de los mismo conceptos que estamos utilizando aquí esta noche para alterar y viciar su sentido más profundo y proponerlos como consignas de su ideología. Palabras como patria, libertad y civilización saltan como conejos en todos sus discursos, en todos sus artículos periodísticos. Pero para ellos la patria es una plaza fuerte destinada por definición a menospreciar y a amenazar a cualquier otra patria que no esté dispuesta a marchar de su lado en el desfile de los pasos de ganso. Para ellos la libertad es su libertad, la de una minoría entronizada y todopoderosa, sostenida ciegamente por masas altamente masificadas. Para ellos la civilización es el estancamiento en un conformismo permanente, en una obediencia incondicional. Y es entonces que nuestra excesiva confianza en el valor positivo que para nosotros tienen esos términos puede colocarnos en desventaja frente a ese uso diabólico del lenguaje. Por la muy simple razón de que nuestros enemigos han mostrado sus capacidad de insinuar, de introducir paso a paso un vocabulario que se presta como ninguno al engaño, y si por nuestra parte no damos al habla su sentido más auténtico y verdadero, puede llegar el momento en que ya no se vea con la suficiente claridad la diferencia esencial entre nuestros valores políticos y sociales y los de aquellos que presentan sus doctrinas vestidas con prendas parecidas; puede llegar el día en que el uso reiterado de las mismas palabras por unos y por otros no deje ver ya la diferencia esencial de sentido que hay en términos tales como individuo, como justicia social, corno derechos humanos, según que sean dichos por nosotros o por cualquier demagogo del imperialismo o del fascismo […..] Y así podíamos seguir pasando revista al doble juego de escamoteos y de tergiversaciones verbales que.como se puede comprobar cien veces, golpea a las puertas de nuestro propio discurso político con las armas de la televisión, de la prensa y del cine, para ir generando una confusión mental progresiva, un desgaste de valores, una lenta enfermedad del habla, una fatiga contra la que no siempre luchamos como deberíamos hacerlo. ¿Pero en qué consiste ese deber? Detrás de cada palabra está presente el hombre como historia y como conciencia, y es en la naturaleza del hombre donde se hace necesario ahondar a la hora de asumir, de exponer y de defender nuestra concepción de la democracia y de la justicia social. Ese hombre que pronuncia tales palabras, ¿está bien seguro de que cuando habla de democracia abarca el conjunto de sus semejantes sin la menor restricción de tipo étnico, religioso o idiomático? Ese hombre que habla de libertad, ¿está seguro de que en su vida privada, en el terreno del matrimonio, de la sexualidad, de la paternidad o la maternidad, está dispuesto a vivir sin privilegios atávicos, sin autoridad despótica, sin machismo y sin feminismo entendidos como recíproca sumisión de los sexos? Ese hombre que habla de derechos humanos, ¿está seguro de que sus derechos no benefician cómodamente de una cierta situación social o económica frente a otros hombre que carecen de los medios o la educación necesarios para tener conciencia de ellos y hacerlos valer? Es tiempo de decirlo: las hermosas palabras de nuestra lucha ideológica y política no se enferman y se fatigan por sí mismas, sino por el mal uso que les dan nuestros enemigos y que en muchas circunstancias les damos nosotros. Una crítica profunda de nuestra naturaleza, de nuestra manera de pensar, de sentir y de vivir, es la única posibilidad que tenemos de devolverle al habla su sentido más alto, limpiar esas palabras que tanto usamos sin acaso vivirlas desde adentro, sin practicarlas auténticamente desde adentro, sin ser responsables de cada una de ellas desde lo más hondo de nuestro ser. Sólo así esos términos alcanzarán la fuerza que exigimos en ellos, sólo así serán nuestros y solamente nuestros. La tecnología le ha dado al hombre máquinas que lavan las ropas y la vajilla, que le devuelven el brillo y la pureza para su mejor uso. Es hora de pensar que cada uno de nosotros tiene una máquina mental de lavar, y que esa máquina es su inteligencia y su conciencia; con ella podemos y debemos lavar nuestro lenguaje político de tantas adherencias que lo debilitan. Sólo así lograremos que el futuro responda a nuestra esperanza y a nuestra acción, porque la historia es el hombre y se hace a su imagen y a su palabra.

Fuente: Revista Vox

16/3/07

PEPSI





A Pascual Bailón todo el mundo le llama Pepsi Lo de Pepsi viene de hace años, de cuando Ramona criaba hijos como conejos y en casa había una decena de bocas que alimentar. Por entonces Pascual Bailón se bajaba del andamio corriendo y se colocaba el batín blanco con tres bolsillos y el gorro de medio lado, para recorrer voceando ¡Hay Pepsi fría! ¡Hay Pepsi fría!, cubo de zinc en mano, las gradas del Price, del Campo del Gas o de las Ventas.
Pepsi se acuerda de eso alguna vez, sobre todo cuando alicata. Lo sé porque de repente se queda parado, como pegado a las baldosas de la cocina cuando con el esparto quita la lechada y hace nevar. ¡Una para aquí! ¡Fresquita!, le grito y, al momento, vuelve en sí y menea la cabeza negando no sé qué.
Eso sí era trabajar, Pepsi, le digo.
Eso era una locura, me dice.
¿Y ahora qué?, le digo.
Ahora Coca-cola, me dice, como queriendo hacer raya con el pasado.

Pepsi hace tiempo que no sabe de Ramona, desde que se fugó con un argentino labiado que la llevó a conocer los mares del sur; y los conejos le huyeron en cuanto se hicieron mayores. Él sigue en el tajo, de siete a siete, categoría de oficial de segunda y sueldo de inmigrante ilegal, pero no le importa. Pepsi lo único que espera es que llegue la noche.

Alguna vez voy por allí, escondido al final de la sala para que no me vea. Peluca rizada, polvos de estrellas en los carrillos, pestañas de pantera, labios de vino y traje con mil volantes. Le oigo cantar imitando el acento gitano, y siento como verdaderos los golpes de pecho, el zapateo atronador, los giros desenfrenados, y la música del play-back que parece querer arañar los oídos. Aplaudo como un loco y arrastro a los de mí alrededor. Alguna vez arranco gritos de ¡Viva el Pepsi! Él mira sin ver al fondo de la sala, agacha el cabeza, sincero, y recoge en un abrazo imaginario la ovación, siempre corta, por la impaciente espera de los asiduos para que salga Tania y enseñe las tetas.

Por la mañana todo igual, paredes a enyesar. Si toca alicatado y se queda pegado le grito ¡Una para aquí! ¡Fresquita! y, al momento, Pepsi vuelve en sí y menea la cabeza negando no sé qué.

6/3/07

LLUVIA

Te lames el dedo
después de apartarlo de la herida,
piensas que, quizá,
dejen de arder los campos de adormidera.

Miras al suelo,
quisieras no caminar sobre las aguas,
convertir tus piernas en estacas.

No te importa,
levantas la cabeza y no te importa,
ofreces tu rostro a la bruma,
que lo devore toda aquella tempestad,
que enjuague cada poro de tu piel,
que las sal de tus párpados te recorra el cuerpo,
que se deslice, que te cubra,
que sedimente a tus pies.

Miras al suelo,
quisieras no caminar sobre las aguas,
enraizar en ese lugar soñado,
en donde, quizá,
te sientas segura.

Pero la tormenta pasa,
pronto todo se calma,
acaba la furia
y los árboles dejan de estremecerse,
acaba y tan sólo queda el silencio,
y un par de zapatos mojados en tus pies
y el triste dibujo de una sonrisa idiota.

5/3/07

ME LLAMÓ BOBO




ME LLAMÓ BOBO


1.
Me llamó bobo y me dijo que no sabía que más hacer para hacerla sufrir. Luego cerró de golpe la puerta, y creó un huracán que volteo las páginas sueltas de los borradores e hizo centellear una nube de polvo que acuchillaba la luz que al mediodía penetraba por entre las rendijas de la persiana.
El taconeo furioso se iba perdiendo escaleras a bajo y pude oír el crujido del escalón combado del segundo, lastimero como el de una mecedora vieja. Primero intenté vocalizar un grito de disculpa, que se ahogó dentro de la garganta, y fue sustituido por un estertor ronco y telúrico que seguro procedía de mi otro yo. Luego me alegré de no pronunciar frase alguna que mostrara mi rendición sin condiciones ante lo evidente de mi estado etílico. Perdón jamás.
Me derrumbé asegurando mi espalda contra la pared, dejando caer en la derrota el cuadro de Peter que tanto odiaba ella y la torre de discos compactos que contenía la colección completa de los Rolling Stones. Quedé sentado en el suelo viendo como todavía volaban algunas páginas de espuma blanca que intenté atrapar con la mano de no fumar. Me arrepentí nada mas leer aquella primera línea: “estamos ambos unidos y sin embargo somos seres disociados”, gilipollez suprema, prueba de mi evidente fracaso. ¿Cómo vamos a estar unidos y disociados a la vez? Iba a responderme cuando sentí temblar la pared debido al crujido de la puerta del portal. Inmediatamente después, el telefonillo hirió mis oídos con un pitido de olla a presión infernal que no iba a acabarse nunca. Intenté levantarme aunque sólo fuese para acallar la voz de mi conciencia, pero me era físicamente imposible. Se me ocurrió quitarme el zapato e intentar hacer diana sobre el telefonillo. Tiré sin fe y fallé. El otro zapato me inspiraba más confianza, lo cogí del empeine, sopesé su forma y peso, y lo lancé con la fortuna de ver caer aquella chicharra pálida de cuello enroscado, dúctil y reversible. Escuché entonces unos cuantos insultos procaces y mal entonados que hacían énfasis en la última silaba de una manera alargada y quejumbrosa. Después llegaron las amenazas con el fin de los días y la llegada de las noches eternas frías y sin pasión. Luego la nada, quizás unos lloros o quizás unos pasos asincopados y arrastrados o quizás el sonido de un abejorro de metal. Fue entonces cuando me oí decir, esta vez con voz de trueno, algo así como: “te quiero Perlita”.
Y caían los lagrimones resbalando sobre las arrugas de los carrillos. No lloraba, pero estaba triste. Encendí otro de aquellos cigarros sin filtro que encontré bajo las novelas que Pera traía pensando que valían su peso en oro por ser primeras ediciones. A la tercera calada una voluta densa de humo intentó cegar la luz, pero sólo consiguió difuminarla y encender de azul cobalto aquella habitación. Fue entonces cuando me di cuenta de que las páginas de El mago de burbujas brillaban con detalles de filigrana dorados, y las de Anillos de papel tenían como impresiones de huellas digitales muy pequeñas y alargadas. Por un momento me fijé en las hojas mezcladas en el suelo. Recogí aquellas que estaban más a mano, volví a exhalar otra nube y las lancé hasta verlas volar entre el humo. Un otoño de colores descendía desde el techo de la habitación meciéndose como pájaros imantados. Una sonrisa con baba almibarada se me descolgó viendo aquel espectáculo. De rodillas me acerqué hasta el pupitre donde descansaba El oro de Niebla y lancé unas pocas hojas a la vez que expelía una nueva bocanada de humo. Las páginas se bamboleaban en un tenue compás y se tornaban granate al penetrar en la fumada. El misterio de las hojas de colores según la novela a la que perteneciesen había empezado, Fores Bond intentaría descubrir que se escondía tras este asunto: ¿tendría que ver algo en ello los cigarros de camel sin boquilla? en caso positivo, ¿sería determinante que aquellos cigarros llevasen al menos dos años tirados en el suelo y estuviesen secos y estropajosos?¿cómo se debería entender el código de colores otorgado a cada novela?
No estaba yo para pensar mucho. Para formalizar empíricamente el descubrimiento me vi obligado a lanzar al aire todos los borradores escritos durante aquellos tres años de encierro voluntario en la buhardilla. Un tras otro, después de la calada reveladora, aparecían los folios por el aire en un vaivén esmeralda o dorado o añil. Luego mezclé los colores con intención de recordar los fuegos artificiales de Duratón. Hasta que me quedé sin tabaco. Busqué por el suelo con la nariz pegada a la madera intentando escudriñar lo que ocultaban las bajeras de los muebles victorianos que parecían haber sido construidos con la casa. No me atreví a meter la mano hasta que el mechero alumbró titilante una selva de hilos de seda y cabellos enredados. Después, ya de rodillas, desalojé los libros de los sillones y levanté los cojines, pero tan sólo encontré restos de una pizza, un puñado de pipas tostadas de girasol y diez o doce gomas usadas de un amarillo cavernícola. Uno por uno los estantes quedaban vacíos de libros mostrando el polvo que la calle traía hasta aquella ventana orientada a mediodía. Exhausto, decidí dormir antes de volver al misterio de las hojas de colores. Si lo recordaba.



2.
A esa hora, un día cualquiera de junio, ella estaría bebiendo agua gaseada en la terraza del Harris o en el Leyton. Miraría por encima de sus gafas de sol de concha negra y cristales ahumados tipo Jacqueline Onassis y escribiría en una pequeña libreta de tapas azules o verdes notas sueltas para un poema o para un relato corto. Seguramente Iris y Nacho se dejarían caer por allí y preguntarían por mí. Ella dirá que decidí aprovechar una veta de exquisita locura creativa y me disculpará ante una ausencia que no impediría tomar la noche a tragos. Llevará un traje oscuro corto y recto que no permitirá definir sus líneas corporales y unos zapatos bajos hechos por Luiggi. Reirá como siempre ante las gracietas de Nacho y desviará las miradas de Iris cuando intente adivinar qué está pasando. Picarán algo en el Universal si no logran convencer a Boris de que a más aperitivo más consumición. En un momento dado, como quién no quiere la cosa, pasará al vodka con hielo y limón natural, y creará arpegios de palabras que nunca recuerda apuntar tal como nacen, y serían lo mejor de sus escritos. Es entonces cuando yo debo estar allí, acompañando sus carcajadas con aplausos de promo y bebiendo el aire que la envuelve, tomando notas para futuras novelas.
Me convezco y tras una ducha fría estoy dispuesto a morir por ella. Salgo tocado de sombrero de paja de ala ancha, casaca y pantalones de cáñamo ocre a juego con las sandalias de Luiggi. Salgo con paso decidido y dispuesto a velar armas que impidan la disociación de dos seres. Me meso la barba de tres días y pienso en la noche queriendo que sea estrellada para poder subir al observatorio-azotea y contarle otra vez la historia de Orión y Centauro. Pienso en la boca de carmín y en su mirada de desprecio cuando quiere herir de verdad. Pienso en azul cobalto y en dorados y esmeraldas y grises y negros que no sé qué quieren decir. Y la veo meneando la pierna cruzada sobre la nalga, sujetando el zapato con la punta de los dedos en un equilibrio que nunca le falla, con los brazos apoyados sobre la mesa circular y las manos sujetando su barbilla y me presento con actitud de prestidigitador y me mira y sonríe y no dice nada.
Iris sabe, ya me conoce, pero no la dejo hacer. Beso su frente, y la de Nacho, y busco la boca rabiosa que no se esconde. Boris trae el té del anochecer, cargado de hierbabuena y sándalo y aroma de lima-limón. Sobre el toldo el azul del cielo se emploma y escucho las lapidarias de Perlita que muestran olvido, perdón nunca, y vuelvo a escribir de oídas.



3.
¿Cómo decirte y explicarte?¿cómo ordenar las páginas barajadas que cubren el suelo? Ya no están tintadas, ni refulgen, ni hay humo azul, ni escucho tu voz metálica a través del telefonillo descolgado, ni me hieren las palabras, ni el silencio suena a reloj de pared.
Verás, necesito un camel, no te rías, por favor. No, no vale cualquier cigarro, no es lo mismo. A veces ocurre que una luz se crea y no vuelves a verla nunca, a veces recuerdas un sueño que te parece vivido en otra realidad, y no siempre es explicable. Pero no un camel cualquiera, debe llevar al menos dos años escondido en algún rincón de ésta casa. No te rías, hablo en serio.
¿Recuerdas la noche en la que Pam nos habló de aquella chica que se le aparecía en la piscina de la urbanización cuando estaba sola? Yo la creí, de verdad, no te rías, tenía grabada en la cara una mueca de miedo que no podía ser fingida. ¿No lo crees? Eran figuritas: en unas hojas filigranas de oro, en otras huellas digitales diminutas como de carbón, en las de El oro de Niebla eran ribetes púrpura. Un espectáculo, tú dirás, sólo necesito un camel o, a lo mejor, otro portazo huracanado o pensar con el alma triste en ti, y cada borrador de novela volverá a ser un ente disociado. No te rías Perlita, eso alguna vez lo dijiste tú.

2/3/07

LA DECISIÓN

LA DECISIÓN
( “Bad boy boogie”)

“¿Vos nunca lo jugás todo?”
Le miré a los ojos y un rayo helado atravesó mi pecho. Se repetían los ecos de sus palabras y bajo ellas resonaban frágiles las mías, las que pronunciaba cada noche al salir del local de ensayo, el rezo diario antes de acostarme: Daría cualquier cosa por ser el mejor, por llegar a alcanzar el éxito, la cima, the top. Eso pensaba y ahora me sentía como un cagón, como un mierda sin decisión. Agaché la cabeza y mi mirada se perdió hasta llegar allí donde resucitan las almas. Un mediocre, un fracasado. Ahora tenía la oportunidad y temblaba de miedo. Acaricie el mástil de la guitarra Gibson sin sentir el calor de su tacto pulido y cerré los ojos. Me imaginé sobre aquel escenario que bramaba con estallidos de luz, haciendo saltar a la gente con ese ritmo de ira que llena las cabezas de sordera y locura. “El mejor, pibe. ¿Qué pensás, tolo? Andate tranquilo, esta clarito”.
Abrí los ojos y aquel siniestro personaje había desaparecido. Suspire profundamente. ¿Y si era verdad? Sonreí al fin alegre por no tener que decidir, por no tener que jugar esa carta que quemaba en mi mano, que me empezaba a asfixiar. Volví con el grupo. Ejercité durante unos minutos mis brazos, mis muñecas, mis dedos; arpegié en fa todo el método Satriani y serené mi espíritu con un sorbo helado de Jack Daniels. Afuera la gente pateaba impaciente. El camerino prefabricado temblaba. Comenzábamos a sudar. “El mejor, pibe. Por un poco de vida. ¿Vos nunca lo jugás todo?”, volvieron en cascada sus palabras a mi cerebro.
Controlé mi respiración hasta casi oír mis propios pensamientos. Estaban llenos de arena del desierto, dorada y muy fina, que volaba cabalgando sobre las crestas de las dunas. Ningún sonido llegaba a mis oídos ahora. Sobre ese mar aislado de silencio interior me oí decir: “trato hecho”, y en ese mismo momento sentí que una lágrima de fuego penetraba en mi pecho recorriéndome por dentro, como un latigazo eléctrico que llegaba hasta las yemas de mis dedos, insuflándome la sensación de algo parecido al absoluto poder.