El escriba, de Robert y Shana ParkeHarrison

El escriba, de  Robert y Shana ParkeHarrison
"Un libro debería ser un hacha para romper el mar congelado en nuestro interior" "¿Por qué la gente del futuro se molestaría en leer el libro que escribes si no les habla personalmente, si no les ayuda a encontrar significado a su vida?" J.M. COETZEE ("VERANO")

16/3/07

PEPSI





A Pascual Bailón todo el mundo le llama Pepsi Lo de Pepsi viene de hace años, de cuando Ramona criaba hijos como conejos y en casa había una decena de bocas que alimentar. Por entonces Pascual Bailón se bajaba del andamio corriendo y se colocaba el batín blanco con tres bolsillos y el gorro de medio lado, para recorrer voceando ¡Hay Pepsi fría! ¡Hay Pepsi fría!, cubo de zinc en mano, las gradas del Price, del Campo del Gas o de las Ventas.
Pepsi se acuerda de eso alguna vez, sobre todo cuando alicata. Lo sé porque de repente se queda parado, como pegado a las baldosas de la cocina cuando con el esparto quita la lechada y hace nevar. ¡Una para aquí! ¡Fresquita!, le grito y, al momento, vuelve en sí y menea la cabeza negando no sé qué.
Eso sí era trabajar, Pepsi, le digo.
Eso era una locura, me dice.
¿Y ahora qué?, le digo.
Ahora Coca-cola, me dice, como queriendo hacer raya con el pasado.

Pepsi hace tiempo que no sabe de Ramona, desde que se fugó con un argentino labiado que la llevó a conocer los mares del sur; y los conejos le huyeron en cuanto se hicieron mayores. Él sigue en el tajo, de siete a siete, categoría de oficial de segunda y sueldo de inmigrante ilegal, pero no le importa. Pepsi lo único que espera es que llegue la noche.

Alguna vez voy por allí, escondido al final de la sala para que no me vea. Peluca rizada, polvos de estrellas en los carrillos, pestañas de pantera, labios de vino y traje con mil volantes. Le oigo cantar imitando el acento gitano, y siento como verdaderos los golpes de pecho, el zapateo atronador, los giros desenfrenados, y la música del play-back que parece querer arañar los oídos. Aplaudo como un loco y arrastro a los de mí alrededor. Alguna vez arranco gritos de ¡Viva el Pepsi! Él mira sin ver al fondo de la sala, agacha el cabeza, sincero, y recoge en un abrazo imaginario la ovación, siempre corta, por la impaciente espera de los asiduos para que salga Tania y enseñe las tetas.

Por la mañana todo igual, paredes a enyesar. Si toca alicatado y se queda pegado le grito ¡Una para aquí! ¡Fresquita! y, al momento, Pepsi vuelve en sí y menea la cabeza negando no sé qué.

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