El escriba, de Robert y Shana ParkeHarrison

El escriba, de  Robert y Shana ParkeHarrison
"Un libro debería ser un hacha para romper el mar congelado en nuestro interior" "¿Por qué la gente del futuro se molestaría en leer el libro que escribes si no les habla personalmente, si no les ayuda a encontrar significado a su vida?" J.M. COETZEE ("VERANO")

22/12/15

Feliz solsticio, my friends






SOLSTICIO DE INVIERNO

Estábamos casi todos. Chusa y Nora con las viandas y las velas de olor, los nenes echando carreras alrededor de la cama y Alfredo y yo mirando los álbumes de fotografías. Rosa ya no veía, pero parecía escuchar nuestros comentarios ¿Te acordás de ésta, de cuando Tonin ganó el torneo de bicicleta? ¿Vos viste la pinta que tenés acá? Y el peque Rober siempre cogido a sus faldas. Ella intentaba sonreír, seguro, una casi imperceptible media mueca de sonrisa, un pequeño abultamiento en las arrugas de la comisura de sus labios. Pusimos opera en la gramola y cantamos juntos “La bella bendición”, como a Rosa le gustaba, para empezar el solsticio antes de que se ocultase el sol. Vinieron Marga y la otra chica del hospital, les dijimos lo de la fiesta y no se extrañaron porque qué bonito pibes, qué bonito, y trajeron guantes de goma para inflar, para hacer dragones a los nenes. También Picu y Barto llegaron con sus zapatazos de medio metro y sus trajes de color, guau, guau, ¿sabés  quién se ha comido al perro? ¿Te has comido al perro? Es que era un perro salchicha, guau, guau, la punta de goma encarnada en la nariz y coloretes en la cara, cartero y barrendero que en sus ratos libres reparten sonrisas por las camas del hospital. Y recordamos las fiestas en la pradera, y los asados de tira bajo las estrellas, y la fogata con los trastos viejos, porque anotá deseos y echálos al fuego purificador, y el traje de Lolita de Bienve y jugar con el polvo de las hormigas.
Se veía cómo se apagaba, cómo se iba consumiendo. No poco a poco, muy deprisa. Y la música que no dejaba de sonar y los berridos de los nenes váyanse por favor, arrugas en la frente de Rosa que dicen que no, que se queden, que son vida. Y llegó la noche, y prendimos la pira en el patio. Estoy seguro de que llegó a sentir el calor, a oír el chasquido de los leños. Estoy seguro de que todavía esperaba.
El peque Rober llegó con las brasas, cuando el rojo candente hacía guiñar los ojos. Un silencio cómplice del mundo anunció su inminente aparición. Y ella lo supo, siempre presagiaba cuándo iba a llegar. Abrió los párpados con fuerza, sus ojos velados nada veían, pero sabía que había llegado. Y así fue, incluso los nenes callaron en sus gritos de indios alrededor de la hoguera. Nos saludó con la mirada cansada, tres horas de carro y vuelo desde Luján, se metió dentro y fuimos tras él.
Roberto se arrodilló junto a la cama y puso la mano sobre la frente de Rosa. Ella tembló ligeramente, un instante. Todos nos colocamos alrededor, observando cómo él la acariciaba con la mirada. De nuevo volvió el temblor, más fuerte, y Rosa abrió la boca como para respirar. Entonces Roberto se inclinó sobre ella y susurrando se lo dijo ¿Te querés ir ya? Ella cerró los parpados muy lentamente y luego los apretó con un gesto cansado. Fue entonces, cuando ya estábamos todos, cuando Roberto pronunció aquella frase tan maravillosa que jamás habíamos oído pronunciar a un hijo con tanto amor: Pues entonces vete, princesa.


© Esteban Gutiérrez Gómez, 2009

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