“Cuidado con las agujas, no las pise, hábiles instrumentos que son del poco aprecio por uno mismo. A Gracie no le entraba en la cabeza que un adicto no pusiera especial cuidado en utilizar agujas limpias […] Sor Edgar, en cambio pensaba en el atractivo de la condensación, el mordisquito amoroso de aquel puñal de libélula. Sabiendo que no vales nada, lo único que puede gratificarte la vanidad es apostar contra la muerte”.
(Don DeLillo, "El ángel Esmeralda").
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