La muerte de Bunny Munro (fragmento)
En un enorme televisor de plasma que ocupa una esquina de la
sala en un adosado de Newhaven, Bunny cree ver, por el rabillo
del ojo, nuevas imágenes del Asesino Cornudo embistiendo entre
una estampida de compradores con su tridente característico.
Pero no puede estar completamente seguro porque una cuña de
luz crepuscular se ha desplazado sobre la pantalla desdibujando
la imagen. Con todo, sí logra detectar en los píxeles desteñidos
una sensación ya familiar de terror (reconoce los gritos horrorizados
de la multitud) y se pregunta fugazmente a qué distancia de
Brighton se halla ese capullo demente.
—Ofrecemos una línea altamente satisfactoria de elevado
rendimiento que combina lo mejor de un siglo de investigación
dermatológica con fórmulas tan exuberantes como sensualmente
placenteras —le dice Bunny a Pamela Stokes.
Bunny piensa que Pamela Stokes parece salida de una lechería
en uno de los sueños más húmedos de Poodle. Lleva una camiseta
sanguínea abierta por detrás que se tensa sobre unas tetorras marcianas
y una falda vaquera negra con arabescos de purpurina esmeralda
en cada muslo. Las cejas son perfectas y bien arqueadas.
La expresión de su rostro sugiere que lo ha visto todo: sus ojos son
dos pozos de insondable experiencia. En la mejilla izquierda tiene
una cicatriz en forma de V, como si un pajarito hubiera estado
picoteando por allí.
—¿Qué le ha pasado a su nariz? —pregunta ella.
—Mejor no pregunte —dice Bunny tocando suavemente las
puntas del papel higiénico ensangrentado—. Baste decir que el
otro tipo tiene mucho peor aspecto. —Y renuncia a más comentarios
salvo para añadir—: Al menos yo conservo la nariz.
Bunny se inclina hacia delante en la butaca y retoma su parlamento.
—Esta gama completa funciona sinérgicamente con los ritmos
naturales de la piel y la protege contra los signos de envejecimiento
prematuro, al tiempo que procura ventajas dermatológicas sin
precedentes...
—¿Os ponen a todos nombres de tiernos animalitos en... —y
Pamela señala el logo del maletín con una uña rabiosamente esmaltada
en rosa—... Eternity Enterprises?
—¿Eh? —exclama Bunny.
—Te dijo dónde vivía, ¿verdad? —pregunta Pamela mirándolo
a los ojos.
—Bueno...
—¿Cómo se llamaba?
—Eh... Poodle —dice Bunny mientras desenrosca el tapón de
una crema de manos; suspira; vaya mierda de día, piensa. ¿Es que
todas las mujeres han tenido la regla el mismo puto día?
—¿Qué te dijo de mí? —pregunta Pamela.
—Dijo que era una clienta de lo más complaciente.
—¿Ah, sí, eh? —dice Pamela, y los ojos de Bunny se nublan
ante el drama de sus pulmones llenándose de aire mustio para liberar
un contrito suspiro.
—De lo más atenta, dijo. Incluso solícita.
Bunny ve un conejito gigante envuelto en celofán instalado sobre
la repisa de la chimenea, pero antes de que haya tenido tiempo
de considerar la extraordinaria coincidencia, Pamela, que tiene
aspecto de haberse visto forzada a tomar una decisión ingrata y
funesta, se hunde en el sofá y dice:
—Sigue hablando sobre la crema de manos.
—Bien, Pamela, esta poderosa crema hidratante anti-edad
suaviza la piel y exfolia células superficiales para lograr un aspecto...
Pamela se mete una mano bajo la falda y con un sutil contoneo
de las caderas se desprende de las bragas. Son tan blancas e inmaculadas
como un copo de nieve.
—... más terso y juvenil. Su fórmula incorpora una fragancia
relajante...
Pamela se arremanga la falda y abre las piernas.
—... que suscita una sensación de... confort y... sosiego —dice
Bunny adivinando una esculpida trama de negra pelusa suspendida
sobre la raja como una bandera pirata o algo así. Cierra por un
segundo los ojos, se imagina la vagina de Avril Lavigne y las lágrimas
empiezan a resbalar por sus mejillas.
—¿Estás bien? —pregunta Pamela.
—Ha sido un día muy duro —responde Bunny secándose la
cara con el dorso de la mano.
—Tengo un presentimiento contigo —dice no sin cierta ternura.
—Ya… —dice Bunny.
—Creo que las cosas van a empeorar notablemente.
—Lo sé —replica Bunny con una lucidez repentina y mareante—.
Y eso me asusta.
Pamela adelanta las caderas.
—¿Te gustan los coños, Bunny?
Suena un ligero chasquido cuando el labio inferior de Bunny se
derrumba. Sus años protagonizan una espectacular fuga cinematográfica.
—Sí, me gustan —contesta.
—¿Cuánto?
—Los adoro —nota cómo se evapora una tremenda carga psíquica
mientras su vida se escabulle hacia el pasado.
—¿Cuánto los adoras?
—Más que nada en el mundo, más que a la propia vida.
Pamela recoloca sus caderas.
—¿Adoras mi coño? —pregunta deslizando un dedo parabólico
en el interior de su vagina.
—Sí, me encanta, me entusiasma —dice Bunny con un hilo de
voz—. Lo veneraré por los siglos de los siglos.
Pamela lo reprende suavemente.
—No me mentirías, ¿verdad, Bunny? —dice mientras su mano
izquierda describe círculos en el aire como una estrella de mar
rosa y amputada.
—Jamás, es la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
Lo juro por lo más sagrado.
Pamela extrae su dedo reluciente para hacerle una señal a Bunny.
—Pues ven y píllalo —dice con voz cavernosa.
Bunny resbala de su butaca, cae de hinojos y gatea con la torpeza
de un neonato sobre la moqueta raída del adosado: un tubo de
crema en el puño, un puto cohete en los calzoncillos y una estela
de lágrimas derramadas a su espalda.
sala en un adosado de Newhaven, Bunny cree ver, por el rabillo
del ojo, nuevas imágenes del Asesino Cornudo embistiendo entre
una estampida de compradores con su tridente característico.
Pero no puede estar completamente seguro porque una cuña de
luz crepuscular se ha desplazado sobre la pantalla desdibujando
la imagen. Con todo, sí logra detectar en los píxeles desteñidos
una sensación ya familiar de terror (reconoce los gritos horrorizados
de la multitud) y se pregunta fugazmente a qué distancia de
Brighton se halla ese capullo demente.
—Ofrecemos una línea altamente satisfactoria de elevado
rendimiento que combina lo mejor de un siglo de investigación
dermatológica con fórmulas tan exuberantes como sensualmente
placenteras —le dice Bunny a Pamela Stokes.
Bunny piensa que Pamela Stokes parece salida de una lechería
en uno de los sueños más húmedos de Poodle. Lleva una camiseta
sanguínea abierta por detrás que se tensa sobre unas tetorras marcianas
y una falda vaquera negra con arabescos de purpurina esmeralda
en cada muslo. Las cejas son perfectas y bien arqueadas.
La expresión de su rostro sugiere que lo ha visto todo: sus ojos son
dos pozos de insondable experiencia. En la mejilla izquierda tiene
una cicatriz en forma de V, como si un pajarito hubiera estado
picoteando por allí.
—¿Qué le ha pasado a su nariz? —pregunta ella.
—Mejor no pregunte —dice Bunny tocando suavemente las
puntas del papel higiénico ensangrentado—. Baste decir que el
otro tipo tiene mucho peor aspecto. —Y renuncia a más comentarios
salvo para añadir—: Al menos yo conservo la nariz.
Bunny se inclina hacia delante en la butaca y retoma su parlamento.
—Esta gama completa funciona sinérgicamente con los ritmos
naturales de la piel y la protege contra los signos de envejecimiento
prematuro, al tiempo que procura ventajas dermatológicas sin
precedentes...
—¿Os ponen a todos nombres de tiernos animalitos en... —y
Pamela señala el logo del maletín con una uña rabiosamente esmaltada
en rosa—... Eternity Enterprises?
—¿Eh? —exclama Bunny.
—Te dijo dónde vivía, ¿verdad? —pregunta Pamela mirándolo
a los ojos.
—Bueno...
—¿Cómo se llamaba?
—Eh... Poodle —dice Bunny mientras desenrosca el tapón de
una crema de manos; suspira; vaya mierda de día, piensa. ¿Es que
todas las mujeres han tenido la regla el mismo puto día?
—¿Qué te dijo de mí? —pregunta Pamela.
—Dijo que era una clienta de lo más complaciente.
—¿Ah, sí, eh? —dice Pamela, y los ojos de Bunny se nublan
ante el drama de sus pulmones llenándose de aire mustio para liberar
un contrito suspiro.
—De lo más atenta, dijo. Incluso solícita.
Bunny ve un conejito gigante envuelto en celofán instalado sobre
la repisa de la chimenea, pero antes de que haya tenido tiempo
de considerar la extraordinaria coincidencia, Pamela, que tiene
aspecto de haberse visto forzada a tomar una decisión ingrata y
funesta, se hunde en el sofá y dice:
—Sigue hablando sobre la crema de manos.
—Bien, Pamela, esta poderosa crema hidratante anti-edad
suaviza la piel y exfolia células superficiales para lograr un aspecto...
Pamela se mete una mano bajo la falda y con un sutil contoneo
de las caderas se desprende de las bragas. Son tan blancas e inmaculadas
como un copo de nieve.
—... más terso y juvenil. Su fórmula incorpora una fragancia
relajante...
Pamela se arremanga la falda y abre las piernas.
—... que suscita una sensación de... confort y... sosiego —dice
Bunny adivinando una esculpida trama de negra pelusa suspendida
sobre la raja como una bandera pirata o algo así. Cierra por un
segundo los ojos, se imagina la vagina de Avril Lavigne y las lágrimas
empiezan a resbalar por sus mejillas.
—¿Estás bien? —pregunta Pamela.
—Ha sido un día muy duro —responde Bunny secándose la
cara con el dorso de la mano.
—Tengo un presentimiento contigo —dice no sin cierta ternura.
—Ya… —dice Bunny.
—Creo que las cosas van a empeorar notablemente.
—Lo sé —replica Bunny con una lucidez repentina y mareante—.
Y eso me asusta.
Pamela adelanta las caderas.
—¿Te gustan los coños, Bunny?
Suena un ligero chasquido cuando el labio inferior de Bunny se
derrumba. Sus años protagonizan una espectacular fuga cinematográfica.
—Sí, me gustan —contesta.
—¿Cuánto?
—Los adoro —nota cómo se evapora una tremenda carga psíquica
mientras su vida se escabulle hacia el pasado.
—¿Cuánto los adoras?
—Más que nada en el mundo, más que a la propia vida.
Pamela recoloca sus caderas.
—¿Adoras mi coño? —pregunta deslizando un dedo parabólico
en el interior de su vagina.
—Sí, me encanta, me entusiasma —dice Bunny con un hilo de
voz—. Lo veneraré por los siglos de los siglos.
Pamela lo reprende suavemente.
—No me mentirías, ¿verdad, Bunny? —dice mientras su mano
izquierda describe círculos en el aire como una estrella de mar
rosa y amputada.
—Jamás, es la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
Lo juro por lo más sagrado.
Pamela extrae su dedo reluciente para hacerle una señal a Bunny.
—Pues ven y píllalo —dice con voz cavernosa.
Bunny resbala de su butaca, cae de hinojos y gatea con la torpeza
de un neonato sobre la moqueta raída del adosado: un tubo de
crema en el puño, un puto cohete en los calzoncillos y una estela
de lágrimas derramadas a su espalda.
Mucho más (todo lo que yo haría con un libro mio si pudise permitírmelo: lecturas por el autor, curiosidades, audiolibro con música original de Cave), aquí
La muerte de Bunny Munro se publica en España por GLOBAL rhythm
1 comentario:
anotado queda esteban.
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