Ana Vega reseña Mi marido es un mueble para el diario asturiano La nueva España. Dado que el artículo sólo puede leerse de momento en la versión digital para abonados (éste es el enlace), os trascribo la reseña completa aquí.
Muchas gracias, Ana.
Mi marido es un mueble
Esteban Gutiérrez Gómez
Ediciones Lupercalia, 2015
133 páginas
LA EROSIÓN DEL AMOR
Esteban Gutiérrez Gómez,
novelista y poeta, nos presenta su primera colección de relatos publicado hasta
la fecha, volumen que forma parte de la trilogía “Asuntos domésticos”, que
como su propio nombre indica indaga en las relaciones de pareja y todo ese
universo que las rodea. En esta primera colección nos encontramos con una serie
de personajes en quienes es fácil reconocerse, heridas, distanciamiento y
principalmente una erosión sentimental que bien podría ser la vivida en carne
propia en algún momento de nuestras vidas.
La elegancia y mimo del
detalle en sus relatos caracteriza esta radiografía sentimental que el autor
muestra con respeto y conocimiento, como hilvanando toda esa experiencia no
sólo propia sino también observada en un exterior que tarde o temprano nos
alcanza. Una lectura o exterior que se confunde con el interior de quien lee.
La verdad del texto y la palabra se demuestran en este alcance inmediato de la
historia que el narrador nos ofrece y en la que identificamos experiencias, sensaciones o vivencias no demasiado lejanas.
El mundo de la pareja desde diversos puntos de vista, estados y momentos, desde
el primer deslumbramiento hasta el cansancio, la rutina y un final que
establece un margen poético o cierre que otorga un original modo de conclusión:
“Esa sensación terrible de ser un juguete roto se había apoderado de ellos”.
Relatos extraordinariamente poéticos no sólo en este punto, que describen de un
modo sutil pero eficaz una realidad que se va transformando con el paso del
tiempo y que a su vez modifica comportamiento y vida de sus protagonistas, el
amor como eje de esta historia pero también del crecimiento y cambio de éstos:
“Se diría que todos estos años juntos otorgan la conformidad a su matrimonio,
pero en realidad siempre ha sido así. Sus vidas son dos raíles de tren, vías
paralelas. Nunca llegarán a encontrarse”. Desde el azar a la propia vida que
impone y marca el paso (“Muchas veces he pensado que yo era una de esas hojas
secas, que estaba a merced de los vaivenes del agua, que mi vida había
consistido precisamente en eso: en dejarme llevar”), la conformidad o
resignación (“Era la triste esperanza de vida que nos rodeaba. Soportarnos, día
tras día; y cada día las cosas a peor, a más silencio, a más incomunicación.
Sufrirnos el uno al otro hasta la muerte”) a la mera aceptación de la muerte o
extinción del amor (“No recuerdo cuánto hace que decidimos no escucharnos.
Seguramente coincidiría con el momento en que comenzaron los reproches, y luego
las miradas brillantes de ira, y las voces soeces más tarde, hasta llegar al
silencio, al castigo de la indiferencia, de la más absoluta pasividad en
nuestra relación. Algo parecido a la línea recta del electrocardiograma que
certifica la defunción”) pero también la fascinación y empuje que nos
proporciona el amor y la mirada del otro (“ Para iluminarme por dentro, para
darme la vida, para hacerme sentir el ser más feliz, para llevarme de nuevo al
Paraíso, para hacerme creer importante, para querer despertar cada mañana con
alegría…”) y la protección y el refugio al que siempre volvemos y buscamos:
“Quedaban abrazados sobre el sofá, encadenados sus destinos en los vapores del
alcohol. Quedaban dormidos convencidos de que la vida se reduce a esa monotonía
de lluvia tras los cristales que no cala dentro, que no empapa nada y que
siempre estará allí, al otro lado de la ventana, fuera de aquella casa, muy
lejos del corazón”. Y buscar más allá incluso de lo que nosotros y nosotras
mismos sentimos, ese amparo infinito que siempre le exigimos al amor, esa
redención imposible.
Ana Vega
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