El escriba, de Robert y Shana ParkeHarrison

El escriba, de  Robert y Shana ParkeHarrison
"Un libro debería ser un hacha para romper el mar congelado en nuestro interior" "¿Por qué la gente del futuro se molestaría en leer el libro que escribes si no les habla personalmente, si no les ayuda a encontrar significado a su vida?" J.M. COETZEE ("VERANO")

25/8/14

La 4ª



La 4ª
Mario Crespo

Ed. Lupercalia, 2014

Mario Crespo es un escritor que ama la literatura. Escribe con mimo, cuidando el más mínimo detalle, y huye de lo fácil, buscando profundizar con su escritura, labrando con paciencia el surco en el que quizá germine su mensaje de complicidad. Porque aquel que ame la literatura sabe que no es solo entretenimiento, que puede llegar a ser alimento, y que una semilla que surja bastará para colmar la sed de trascendencia del autor.
Mario Crespo piensa que la literatura puede cambiar el mundo, que la escritura debe ayudar al lector a entenderlo, a comprenderse a sí mismo dentro de él, a avanzar en su aprendizaje de la realidad. Como muchos otros autores que también amaban la literatura, ha comprendido que más allá de las palabras vive el ente de la inmortalidad.
Ésta es la conclusión principal que obtengo al terminar de leer su última novela, La 4ª.
En todos sus libros existe un componente metaliterario que hacen que me pronuncie en esta afirmación. Un componente metaliterario muy complejo, enrevesado, profundo. Y a mí me encanta este juego, me gusta buscar los tres pies al gato, pensar que descubro mensajes ocultos entre las líneas, en la segunda, en la tercera relectura, un componente nuevo que permanecía oculto y que hace cambiar la trama por completo o, incluso, el sentido de toda la novela.

Y me convierto (porque me gusta jugar a imaginar) en un neoyorkino intelectual (quedamos pocos) que desde la planta 36 de su  trabajo en la city, ya anocheciendo, está leyendo la historia de un niño adolescente que vive sus primeras aventuras en una capital de provincias española durante una fiesta cristiana en la que se veneran ídolos sangrantes, hombres torturados y mujeres llorosas con puñales en el pecho. Cómo me gustaría haber visto eso, me digo mientras paso la hoja del libro bajo el mar de bocinas de la Séptima avenida. Y aparecen sacerdotes que no lo aparentan, y guardias civiles con misterio, y libreros que son mensajeros y libros que ya son clásicos y que también encierran un mensaje (porque sus autores habían comprendido que la literatura consiste en saber esconder los secretos destinados a ser descubiertos solo por los buenos lectores). Guardias civiles, con gran bigote, me digo, sí ya había leído algo sobre esta España, algo me suena pero me parece tan atractivo, algo tan vivo, tan popular. Y cojo el tren, al Sur, siempre al Sur, en busca de la libertad que da el dinero fácil, el trapicheo de droga (alguna vez fumé algo, sí, en esta babilonia confesar que fuiste pecador te abre más puertas de las que se cierran, hacen que confíen más en ti. Sé de qué estás hablando, compañero), el engaño, la huída, el entramado de la vida. No es difícil hacerse pasar por santón en el día de hoy. No lo fue nunca. Los primeros vicios sociales ocurrieron cuando en las tribus los individuos más inteligentes (y desalmados) se convirtieron en intermediarios de la madre Tierra y del padre Sol (en su propio beneficio, claro). El temor ancestral a  la eterna pregunta (¿por qué estamos aquí?) les alimenta. Se busca a Jesús en el texto a lo largo de toda la novela. A mí me inquieta, pero sigo leyendo, quiero saber dónde acaba todo esto. De repente me veo... suelto el libro, lo dejo caer en el suelo y busco el calendario. Es un viernes del mes de abril y no es casualidad, el edificio en el que trabajo corona su cima de 46 plantas con el rótulo “Placasol”. Sí, estamos viviendo más allá de 2029. Nunca tuvimos valor para cambiar lo que estaba ocurriendo aún sabiendo que era el final, que esto podía llegar. Pan y circo, el soma que nos embrutecía hasta convertirnos en esclavos. Ya llega el ascensor con el controlador, escondo la novela bajo el ventiloconvector de la ventana. Tengo que seguir con la limpieza.

Cierro la tapa del libro tras la lectura (ahora sí soy yo) y medito. ¿Podemos cambiar el mundo? No lo sé, pero intentarlo es lo que me hace sentir vivo. Como a Mario Crespo. Como a todos aquellos que de verdad aman la literatura.

Esteban Gutiérrez Gómez, 2014


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