La 4ª
Ed. Lupercalia, 2014
Ésta es la conclusión principal que obtengo al terminar de
leer su última novela, La 4ª.
En todos sus libros existe un componente metaliterario que
hacen que me pronuncie en esta afirmación. Un componente metaliterario muy
complejo, enrevesado, profundo. Y a mí me encanta este juego, me gusta buscar
los tres pies al gato, pensar que descubro mensajes ocultos entre las líneas,
en la segunda, en la tercera relectura, un componente nuevo que permanecía
oculto y que hace cambiar la trama por completo o, incluso, el sentido de toda
la novela.
Y me convierto (porque me gusta jugar a imaginar) en un
neoyorkino intelectual (quedamos pocos) que desde la planta 36 de su trabajo
en la city, ya anocheciendo, está
leyendo la historia de un niño adolescente que vive sus primeras aventuras en
una capital de provincias española durante una fiesta cristiana en la que se
veneran ídolos sangrantes, hombres torturados y mujeres llorosas con puñales en
el pecho. Cómo me gustaría haber visto eso, me digo mientras paso la hoja del
libro bajo el mar de bocinas de la Séptima
avenida. Y aparecen sacerdotes que no lo aparentan, y guardias civiles con
misterio, y libreros que son mensajeros y libros que ya son clásicos y que
también encierran un mensaje (porque sus autores habían comprendido que la
literatura consiste en saber esconder los secretos destinados a ser
descubiertos solo por los buenos lectores). Guardias civiles, con gran bigote,
me digo, sí ya había leído algo sobre esta España, algo me suena pero me parece
tan atractivo, algo tan vivo, tan popular. Y cojo el tren, al Sur, siempre al
Sur, en busca de la libertad que da el dinero fácil, el trapicheo de droga
(alguna vez fumé algo, sí, en esta babilonia confesar que fuiste pecador te abre
más puertas de las que se cierran, hacen que confíen más en ti. Sé de qué estás
hablando, compañero), el engaño, la huída, el entramado de la vida. No es
difícil hacerse pasar por santón en el día de hoy. No lo fue nunca. Los
primeros vicios sociales ocurrieron cuando en las tribus los individuos más
inteligentes (y desalmados) se convirtieron en intermediarios de la madre
Tierra y del padre Sol (en su propio beneficio, claro). El temor ancestral
a la eterna pregunta (¿por qué estamos
aquí?) les alimenta. Se busca a Jesús en el texto a lo largo de toda la novela.
A mí me inquieta, pero sigo leyendo, quiero saber dónde acaba todo esto. De
repente me veo... suelto el libro, lo dejo caer en el suelo y busco el
calendario. Es un viernes del mes de abril y no es casualidad, el edificio en
el que trabajo corona su cima de 46
plantas con el rótulo “Placasol”. Sí, estamos viviendo más allá de 2029. Nunca
tuvimos valor para cambiar lo que estaba ocurriendo aún sabiendo que era el
final, que esto podía llegar. Pan y circo, el soma que nos embrutecía hasta
convertirnos en esclavos. Ya llega el ascensor con el controlador, escondo la
novela bajo el ventiloconvector de
la ventana. Tengo que seguir con la limpieza.
Cierro la tapa del libro tras la lectura (ahora sí soy yo) y
medito. ¿Podemos cambiar el mundo? No lo sé, pero intentarlo es lo que me hace
sentir vivo. Como a Mario Crespo . Como a todos aquellos que de verdad
aman la literatura.
Esteban Gutiérrez Gómez, 2014
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