El escriba, de Robert y Shana ParkeHarrison

El escriba, de  Robert y Shana ParkeHarrison
"Un libro debería ser un hacha para romper el mar congelado en nuestro interior" "¿Por qué la gente del futuro se molestaría en leer el libro que escribes si no les habla personalmente, si no les ayuda a encontrar significado a su vida?" J.M. COETZEE ("VERANO")

27/8/09

eXoRCiSMo

Pues sí, como ha averiguado el bueno de Javier Das, he estado unos días en París tomando notas para un próximo proyecto literario. El caso es que repasando las fotos del viaje me encontré la de AC/DC y me apeteció el juego.

También me he encontrado en ellas algo interesante: adoro al Diablo. Quiero decir, que me llama la atención todo lo que tiene que ver con él, con su sombra, con su espectro. Y debe ser así.

Os cuento.

Las tres primeras fotografías que veréis se corresponden con "Las puertas del infierno" realizadas por Rodin y expuestas en su casa-museo (visita obligada cada vez que voy a París). La primera corresponde a la totalidad, las puertas vistas de frente. Las siguientes fotografías están tomadas desde abajo y permitén ver el trabajo de Rodin, un escultor que me fascina en sus obras en marmol, y que se caracteriza por esculpir una parte del bloque, una mano por ejemplo, y dejar "en basto" el resto, dejando al espectador que se imagine cómo sería la figura completa (sí, algo parecido a escribir un cuento. Quizá por eso me guste). La impresión que causa podéis verla abajo: las figuras parece que emergen del magma de bronce.
Rodin trabajó toda su vida en este proyecto basado en "Las flores del mal" de Baudelaire, y sólo vió la luz a su muerte.






La siguiente fotografía ha sido tomada en el museo de Cluny (gracias, Eva, por el enlace), Musee Moyen Age (museo de arte medieval) en pleno barrio latino. Es una vidriera de la época de la tosferina, pertenece a una iglesia (no sé su nombre) y en ella el Diablo muestra el camino de la conquista. Algunos políticos saben de qué estoy hablando.


Y para terminar con esta muestra luciférica, nada menos que la visión horrorosa de Satan y sus secuaces llevando encadenados a unos beatos hacia su guarida para perpetrarles oscenos actos de sodomía antes de comérselos vivos. Eso al menos contaba una guía turística granaína que se partía de la risa mientras lo decía.
Estas imágenes ocupan nada más y nada menos que un lienzo destacado en el frontal de la iglesia de Notre-Dame. Su objetivo era prevenir a los fieles de las males artes del Diablo. Dado que el Diablo es el que se dedica a jugar con la balanza de la justicia, entiendo que cuando se habla de "malas artes" se refiere a cierto tipo de personajes públicos que deberían actuar para y por el bien de la comunidad que les ha elegido, y no para su propio beneficio intentando ocultar su incompetencia y sus "malas artes" políticas.





Aunque las notas que fui a tomar no tenían en principio nada que ver con la sesión fotográfica que os acabo de mostrar, también he descubierto que sí, que tenían que ver, porque escribiré de un alma en pena en París, y sí, quizá sea un alma endemoniada.
Pero no os preocupéis, jamás escribiré sobre un político.
No merece la pena.
PD. Hablando del Demonio. Como el lector ya habrá comprobado, este post es un exorcismo. El resultada ha sido muy, pero que muy satisfactorio. Estoy limpio.
Lo recomiendo.

BACO,2009

25/8/09

Atención: pregunta


Al joven (categoría que incluye a todos los que son capaces de dejar de leer un libro que le carga, aunque le falten pocas hojas para acabarlo, porque sabe que está perdiendo el tiempo y deja de leer algo más interesante (por eso Aznar no puede concursar. Se siente)) que adivine dónde está hecha esta fotografía le haré llegar con mucho gusto un ejemplar de EL colibrí blanco.

Las respuestas en comentarios, por favor.

24/8/09

Un poema de Domingo F. Faílde

LUGARES COMUNES

Después de muchos años y una vida
lo suficientemente larga como
para, por, según, so, sobre, tras,
la celinda del patio dejó de dar flores,
el pozo se secó, la madreselva
era un triste muñón amarillento
y la parra, sin uvas,
apenas recordaba las veladas de estío,
entre el ir venir a la cocina
y el rumor de las jarras de vino al escanciarse.

Qué fue, qué sucedió, qué detuvo el trajín de los relojes
en un momento: nadie sabe la hora, el día
ni la estación o el año del cataclismo aquel
que abrió la puerta y se marchó en silencio,
llevándose consigo las cosas del baúl,
los muñecos de trapo y los bastones,
náufragos de otros mares.

Se presiente la vida, sin embargo,
en las pardas baldosas que no limpió la lluvia
y unos papeles sin color, que fueron
alas de la noticia y ahora ruedan,
se resbalan, abúlicos e insomnes,
por el suelo sucísimo.

Recuerdo
aquellas tardes idas, tan cálidas y lentas,
la música envolviendo
el perfume a manzana de la siesta,
los versos clandestinos
o el contrapunto alegre de las conversaciones.

Recuerdo, porque acaso
la vida a cierta edad es la memoria,
el tedio sofocante de los largos veranos,
el silencio que hervía en los arpegios
cuyas notas tan sólo yo escuchaba
y las historias de mi madre: el cura
a quien los milicianos talaron, como a un árbol,
y, antes de hacerlo arder, le taparon la boca
con las ramas caídas, o el relato
de los moros tocando a degollina
cuando entraron las tropas de Franco y por las calles
bajaban arroyadas de sangre, en cuyas ondas
navegaban, dolientes, los navíos.

Yo, pecador, ya entonces, nueve años,
letra inglesa diaria, algunas cuentas
y esas lecturas lóbregas que se quedan grabadas,
sabía que la vida era una rampa oscura
y, al final, sin remedio,
me esperaban las mismas pesadillas:
tridentes, bayonetas, montañas de cadáveres
o el pequeño inconfeso que se perdió en la noche,
sí, reverenda madre, todavía la escucho
describiendo los gritos de aquel desventurado,
el escozor hiriente de sus lágrimas
o los clavos doliendo la carne divina,
sangre de Cristo, purifícame,
agua del costado de Cristo, lávame;
y así pasan los días –ya pasaron-
y así pasan los años –transcurrieron-
y yo, desesperado, quizás, quizás, quizás,
sin ninguna certeza sino esa culpa verde
que termina en las llamas.

Por fortuna,
uno se hace mayor y coge el tren
y se aleja en la noche del miedo y los pecados.
Descubre, mientras huye del temor y sus fábricas,
la santidad del cuerpo, la carne resurrecta,
los placeres del vino y los manjares,
de los libros prohibidos y el veneno
que llaman libertad.

Después de muchos años, uno vuelve
al exacto lugar del crimen. Y allí esperan
los fantasmas de entonces, más pálidos si cabe,
mientras el viento mueve la lámpara fundida
y el crepúsculo alumbra las descarnadas sombras.
Todo está igual: el patio, la celinda,
la enredadera, el pozo, los rumores, tú mismo,
y esa música extraña que te envuelve
con su melancolía.

Conocí a Domingo F. Faílde en una reunión con escritores tras la presentación en Jerez de El colibrí blanco. Aquella fue una noche de encuentros con nuevos amigos afines en el placer por la literatura. Me dedicó su libro La sombra del celindo, del que he extraído el poema. Afirma que él también eligió fracasar (como yo) y entonces fue cuando vió la luz (cuando entendió que su mundo era la literatura). Nos unen, pues, invisibles hilos trenzados de seda.

La sombra del celindo, EH Editores 2005, es un poemário retrosprectivo, de esos que se van escribiendo cada vez que volvemos la mirada atrás y recordamos lo vivido. Condensa toda una vida y, como toda condensación, genera esencias de muy alta poesía.


Más sobre Domingo F. Faílde aquí

22/8/09

Vukusic y Txe (Sergio Fanjul) en Babelia


Estamos de enhorabuena.

Entre las propuestas poéticas de futuro en España, Manuel Rico destaca a nuestros dos amigos en un artículo aparecido hoy en Babelia.

Larga vida a su poesía



Fotografía de David González (Ácido Tour, 2009)