El escriba, de Robert y Shana ParkeHarrison

El escriba, de  Robert y Shana ParkeHarrison
"Un libro debería ser un hacha para romper el mar congelado en nuestro interior" "¿Por qué la gente del futuro se molestaría en leer el libro que escribes si no les habla personalmente, si no les ayuda a encontrar significado a su vida?" J.M. COETZEE ("VERANO")

26/2/08

LIBERACIÓN (Otro tributo)


La noche del sábado en Illescas, Tributo a David González, organizada por el kebrantaversos y la gente de CREATURA, fue una noche memorable de poesía porque sí. La ESFERA estuvo allí por invitación del Kebran y hubiésemos participado si nos hubiesen invitado a leer. Como estamos acostumbrados en nuestros recitales, llevamos algo preparado por si, al final del acto, nos pedían colaborar con algún poema.
Yo llevaba preparado uno que me apetecía mucho leer. Era mi tributo particular a un amigo de hace años. Se llama Pedro y estuvo mucho tiempo en Lumbier (Navarra). Nos conocimos en Madrid cuando los dos aprobamos unas oposiciones de Correos. Era un tío estupendo, como dicen que son los navarros. Hicimos amistad y durante año y medio salimos juntos por Madrid. Luego logró marcharse a su tierra, con su Maria Jesús de siempre y su SEAT panda, a Lumbier, y allí estuvimos algún año pasando unos días con ellos. El tiempo, cabrón, que borra tantas cosas, fue diluyendo aquella amistad, dejándola en unas llamadas esporádicas de teléfono y alguna carta en fechas señaladas.
Se casó con Chusa y tuvo dos hijos, pero yo ya no me enteré de eso. Años más tarde, por Navidad, me encontré con alguien conocido de aquellos años de juventud y me preguntó por Pedro “el navarrico”. Fue entonces cuando me enteré. “Te voy a dar una mala noticia,” me dijo un amigo suyo al llamar por teléfono a la oficina de Correos, “Pedro murió hace unos años”.
Me lo contó todo. Había luchado con todas sus fuerzas contra un cancer de páncreas, creía incluso haberlo superado, pero no fue así. Según su amigo, todo aquel tiempo de convalecencia, de quimio y radioterapia, pensaba lo mismo: “no quería que nadie sufriese por él, y menos su mujer y sus hijos”, muy pequeños todavía. Los últimos meses fueron terribles: sabía que no había nada que hacer, y eso era lo peor. “Solo deseaba que todo pasase lo antes posible”. Pedro tendría unos 32 años cuando murió. Yo no sabía nada, no pude acompañarle, no pude hacer nada por Chusa o por los niños, porque había decidido mantener nuestra amistad en un letargo en vez de disfrutar se ella. Entonces me prometí que jamás olvidaría a un amigo, porque amigos, amigos, verdaderos amigos, hay muy pocos, y es de imbéciles perderlos.

Aquella primavera volví con mi hijo por Lumbier y busqué a Chusa, y comprendí que había cometido un error, que nada podía alterar lo ocurrido y ya habían pasado tantos años que lo único que podía suceder era que volviese el dolor que Chusa trataba de olvidar. No me dijo nada, pero lo leí en sus ojos.

Este poema lo hubiese leído la noche del sábado, esa era mi primera intención, pero alguien leyó algo parecido, sobre su padre, y me dije que no, que ya bastaba de mierdas cancerígenas, que con una ya había habido bastante.

Aún así, he querido ponerlo en el blog porque me hace sentir mejor y me viene bien recordar de vez en cuando lo imbécil que he sido.


LIBERACIÓN

Hoy, por fin, todo
ha acabado.
Llevaba meses consumiéndome,
pudriendo corazones amigos.
Me habitaba esa mierda maligna
que se multiplica por mil.
El cangrejo asesino me roía las entrañas.
Hoy, por fin, he dejado
de ver sonrisas fingidas
en ojos llorosos.
Hoy, por fin, he dejado
de escuchar sollozos callados
al otro lado de la puerta.
Hoy, por fín, he dejado
de hacerme el fuerte
cuando venían los enanos
y pintábamos de amarillo el mar,
cuando intentaba reír
y se ahogaban las palabras,
cuando me acusaban con los ojos
por no querer jugar.
Llevaba meses preguntándome
qué coño había hecho yo
para sembrar tanto dolor.
Hoy, por fin, he pagado
la deuda con Satanás
y he dejado de verlos
sufrir por mí.
Hoy, por fin,
soy solo alma,
y que a gusto me he quedado,
joder.


© Esteban Gutiérrez Gómez,2008

7/2/08

LOS DOS MONJES Y LA HERMOSA MUCHACHA (cuento anónimo japonés)

Los dos monjes y la hermosa muchacha

Dos monjes, Tanzán y Ekido, viajaban juntos por un camino embarrado. Llovía a cántaros y sin parar. Al llegar a un cruce se encontraron con una preciosa muchacha, vestida con un kimono y un ceñidor de seda, incapaz de vadear el camino.

-Vamos, muchacha -dijo Tanzán sin más. Y, levantándola en sus brazos sobre el barro, la pasó al otro lado.

Ekido no dijo ni una sola palabra, hasta que, ya de noche, llegaron al monasterio. Entonces no pudo resistir más.

-Los monjes como nosotros -le dijo a Tanzán- no deben acercarse a las mujeres, sobre todo si son bellas jovencitas. Es peligroso. ¿Por qué lo hiciste?

-Yo la dejé allí -contestó Tanzán-. ¿Es que tú todavía la llevas?